jueves, 13 de octubre de 2011

“A CADA UNO LO SUYO” (Mt. 22, 15-21.)


     Después de haber oído esta pregunta - aunque tramposa - de los  fariseos: “¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”, Jesús da la solución al problema que le han presentado. La famosa frase de Jesús ha dado lugar a muchas interpretaciones, y la que proponemos aquí no es más que una de ellas, que nos parece ser la más acertada.
     Jesús les dice: "Den entonces al César lo que es del César...". Desde el momento que ellos usan las monedas que llevan la inscripción del Emperador romano, los interlocutores de Jesús están reconociendo implícitamente que él es quien organiza la sociedad civil. Esas monedas tienen un dueño que ellos reconocen. Devuélvanle entonces esa moneda a su dueño. Existe un orden de cosas que tiene que ser manejado por los mismos hombres, y para eso hace falta que haya una autoridad que todos tienen que reconocer y respetar. El uso de las monedas es un signo de la existencia de este orden de cosas. Los que vivimos en la sociedad recibimos los beneficios que ésta nos proporciona, y por eso mismo tenemos que "dar al César lo que es del César". Es decir, debemos dar a la autoridad lo que le corresponde.
     Con esta primera parte de la respuesta, Jesús deshizo la objeción que podían tener algunos hombres de su tiempo: Jesús enseña que el reconocimiento de la autoridad civil no se opone de ninguna manera a la adoración del Único Dios. Los judíos que más tarde optaron por la violencia contra los romanos, apelando a motivos religiosos, no contaban con el apoyo de la enseñanza de Jesús.
    La segunda parte de la respuesta de Jesús – “dar a Dios lo que es de Dios” – nos recuerda el texto del Evangelio que hemos oído en uno de los últimos domingos, cuando una parábola presentaba el caso de los frutos de la viña que los hombres deben “dar a Dios”. Con este imperativo Jesús vuelve a recordar que se debe pagar la deuda que se tiene con Dios, al mismo tiempo que pone los debidos límites a la autoridad humana. El César se creía dios y exigía que se le rindiera culto cómo a un dios. Jesús dice que la autoridad humana no puede tener la pretensión de ocupar el lugar de Dios.
     Así como se debe dar al César lo que es del César, a Dios, y solamente a Él, se le deben dar las cosas que pertenecen a Dios. Él es el único ante quien el hombre se debe postrar, a Él solamente se le debe un amor por encima de todas las cosas, ante Él solamente se debe rendir cuentas de lo que cada uno tiene en su conciencia, hacia Él solamente deben tender todos los actos y todas las aspiraciones de los seres humanos, Él es el único dueño de la vida de todos los seres humanos.
    El gobernante humano se extralimita cuando exige a sus gobernados que lo traten como éstos deben tratar solamente a Dios. En los tiempos actuales no sucede como en la antigüedad, cuando los reyes se hacían tratar como dioses, se erigían templos, exigían actos de culto y se sentían dueños de las personas. Con su crueldad con los súbditos demostraban que no eran dioses, sino una triste parodia de un dios. Pero en nuestra época hay gobernantes que no respetan ni la dignidad ni la libertad de sus gobernados, que son los valores humanos que el verdadero Dios es el primero en respetar. No se hacen llamar dioses, pero se comportan como los antiguos gobernantes que se creían dioses.
         Jesús ha respondido a la consulta sobre la licitud de pagar el impuesto al César, estableciendo claramente que el hombre se encuentra ante dos autoridades que debe respetar. Y el César, como todos seres humanos, también debe dar a Dios lo que es de Dios. La exigencia que puede imponer la autoridad humana siempre es limitada, mientras que la que impone Dios es absoluta.

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