sábado, 31 de diciembre de 2011

“CON MARÍA CONSTRUIMOS LA PAZ” (Lc. 2, 16-21 )


 
“La paz es posible, porque es posible el amor..." El Papa Pablo VI



     Existen tres elementos que nos pueden ayudar a reflexionar en este domingo: el comienzo de un nuevo año, la fiesta de María Madre de Dios, y la jornada mundial por la paz.
     Hablemos, primero,  del Año Nuevo.
    Alguno podrá decir que en realidad es un día más, un día como otro cualquiera. Pero en realidad, estas fechas pueden servirnos para hacer una evaluación con Dios en nuestra oración, analizando en mirada retrospectiva nuestro itinerario seguido durante el año que acaba de concluir.
     Que agradezcamos a Dios todos los regalos, todos los dones con los que nos ha bendecido. Algunos quizás ya lo habrán hecho, si no, todavía están a tiempo. Estaría bien que en estos primeros días del año nos acercáramos a alguna Iglesia y tuviéramos una conversación con Jesús Eucaristía, unos momentos de meditación, de acción de gracias por lo recibido de sus manos.
     Que cada uno personalmente se anime a mirar, con mucha confianza, todos los momentos (llenos) de gracia en los que  sintió que Dios se mostraba Padre, donde sintió que la vida le sonreía, que en definitiva no es sino Dios el que  a través de todas las cosas nos bendice. Mirar aquellos momentos en que sintió que el corazón triunfaba, que el corazón se agrandaba y encontraba nuevos espacios de esperanza; y agradecerlos. Y confiar que si Dios ha estado tantas veces a nuestro lado, seguirá estándolo siempre. Y que, junto con esta acción de gracias, nos animemos también a leer las otras páginas, las páginas oscuras del año, las páginas dolorosas, tantas cosas que nos han dañado. Pero a leerlas también con Dios, para que descubramos con Él en la cruz nuestro camino de salvación.
     Continuaremos con el segundo punto que es la fiesta de Santa María Madre de Dios.
     Hoy celebramos su vocación. La vocación de la Virgen fue la de ser la Madre de Jesús, la de ser Madre de Dios. Y ella fue fiel a su vocación, fue fiel a la llamada que Dios le hizo en su vida. Dios le propuso un proyecto y ella aceptó, correspondió con la gracia que Dios le había regalado. Por eso hoy es muy saludable poner en Ella la mirada, para que nos ayude a ser consecuentes con nuestra vocación. Que nos ayude a  poner en las manos de Dios todos los proyectos que hicimos, los triunfos que conseguimos y los fracasos que soportamos; las cosas que nos salieron y las cosas que no nos salieron; las cosas que nos alegraron y las cosas que nos entristecieron, los momentos dulces y los amargos. Y también que María nos anime a empezar un nuevo año con un corazón que no tenga miedo al amplio horizonte, a la esperanza sincera y a la delicadeza de las pequeñas cosas de cada día.

     Por último, este domingo celebramos la jornada mundial de la Paz. Justamente al empezar algo nuevo la Iglesia nos propone la Paz. Seguro que cada uno tendrá bastantes cosas del pasado para corregir, y otras tantas para proyectar en el futuro. La Iglesia nos propone una muy concreta: un corazón en paz. Es imposible que haya paz en las naciones y en las familias si no hay paz en el propio corazón. La paz se contagia. Cuando se tiene, es susceptible de ser difundida a los que estando a nuestro lado carecen de ella. Que Dios nos ayude a revisar si realmente nuestro corazón es “escuela de paz”. Porque a veces nos quejamos de los violentos de este mundo, pero tendríamos que recordar que: No habría violentos a nivel mundial, si nosotros a nivel personal fuésemos pacíficos. Que podamos decir desde lo más hondo de nuestro ser: “Señor, danos un corazón pacífico. Desármanos, destruye las armas con las que lastimamos a los demás, y que en este año que empieza podamos ser instrumentos de tu paz, que donde haya odio pongamos  amor.” Ojalá que este sea uno de los objetivos más importantes para cada uno de nosotros en este año.
!Feliz año nuevo!

sábado, 24 de diciembre de 2011

“NAVIDAD: ¡nueva oportunidad…no temas!” (Lc.2, 1-14)

   
      Si hay un misterio, si hay una fiesta religiosa que todo los cristianos sabe de que se trata es la Navidad. Es muy difícil, que alguien no sepa que en Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios que se hace hombre. De hecho hace ya dos mil años,  que generación tras generación, los cristianos de todas las épocas vienen pronunciado el nombre de Belén con profunda emoción y con un corazón lleno de gozo y agradecido.
     Hoy nosotros también queremos peregrinar con el corazón hacia Belén. De hecho hace más de 2000 años atrás el nacimiento de Jesús fue una nueva oportunidad, fue la oportunidad con mayúsculas que Dios le dio al pueblo elegido para empezar algo nuevo en su historia. Para nosotros esta navidad tiene que ser también una oportunidad que Jesús nos regala para que nazca algo nuevo en nuestra vida, en nuestra relación con Dios, en nuestra relación con los demás, en mi familia, en el país.
     Hoy nosotros también tenemos que animarnos a contemplar el pesebre, porque en Él vamos a descubrir lo que Dios siente por nosotros, nos vamos a llenar de alegría y confianza, sin temor a abandonarnos en los brazos misericordiosos de Dios. Sin miedo a comenzar de nuevo, aunque ya lo hayamos intentado un millón de veces. Dios nos regala en este día la gracia para que lo intentemos una vez más.
     Que una vez más nos propongamos crecer en la oración. Que una vez más me anime a acercarme a aquella persona a la que hace tiempo que le niego el saludo, o simplemente la ignoro. Una vez más estamos llamados a recibir la mano extendida de un hermano que desea colaborar a la vida de la comunidad en estas fiestas navideñas, Una vez más estamos llamados a recuperar la alegría de ser cristianos, a recuperar la esperanza que nos motiva a seguir en la vida. Una vez más estamos llamados a limpiar de nuestros corazones todos los ideales que una vez nos propusimos realizar y que hemos dejado de lado por algún motivo.
    Muchas personas que no creen, e incluso algunas veces nosotros mismos tenemos miedo de empezar de nuevo. Tenemos miedo de Dios, tenemos miedo de los cambios que nos puede pedir. Y por eso aunque todos sepamos que significa la Navidad, no todos son los que le hacen lugar al niño para que nazca. No siempre le hacemos lugar a Dios en nuestra vida, o al menos el lugar que merece.
     “No temas”- Le dijo el ángel a María cuando le anunció que iba a ser la Madre de Dios-. “No temas -le dijo a José- y recibe a María como esposa porque lo que ha sido engendrado en Ella proviene del Espíritu santo”. “No teman -le dijo a los pastores- porque ha nacido el salvador. ¡Qué bien que pueden venir estas palabras hoy en día! ¡Qué bien le pueden venir al país! ¡Qué bien nos pueden venir a cada uno de nosotros en más de una situación! “No temas porque Dios está contigo” No temamos porque Dios está con nosotros. Lo que tenemos que hacer es fiarnos con un corazón humilde y lleno de fe para descubrir su presencia cada vez más en nuestra convivencia.

¡Feliz Navidad!

domingo, 18 de diciembre de 2011

“¿CÓMO ES POSIBLE? '' (Lc1, 26-38)

     Faltan apenas 6 días para la nochebuena. Ya estamos a las puertas de la fiesta de la Navidad. Y para prepararnos bien, la Liturgia de hoy nos presenta dos personajes, uno del Antiguo Testamento y uno del Nuevo. Los dos tienen en común que están llamados a hacerle un lugar a Dios. Uno, es David, que ya está triunfante, ya sereno. David, ya ha pasado por la prueba, ya es grande y santo también. Un hombre en su madurez espiritual y humana. David quiere tener un gesto para con Dios y es hacerle un templo, le ofrece un espacio externo.
     Y el otro personaje, es María, a quien el ángel le pide un espacio también, pero un espacio interno, de su corazón, de su seno, para que se geste allí el Niño y sea Ella la Madre del Salvador.
     Son dos personajes santos, a los cuales Dios de un modo u otro, les va a pedir un espacio. David le ofrece un espacio externo, el templo, y se lleva un error porque él supone que Dios le va a contestar que “sí, te agradezco por esta casa...” Pero Dios le manda a decir que no es el tiempo, que ahora es el tiempo de hacer espacio en el corazón de su pueblo.
         Teóricamente sabemos, que quien en realidad después llevó a cabo la construcción del templo no fue David, que quizás mezclaba un poco su deseo de servir a Dios y el de tener un templazo grande que le haga la competencia a los templos monumentales que hacían los demás pueblos a sus ídolos. Entonces, ya surgió el deseo de "no ser menos". David le ofrece un proyecto a Dios, él se lo presenta y Dios se lo rechaza. Es como que le está diciendo que el proyecto que El tiene es más grande que el proyecto de David, que supera ampliamente el proyecto de un templo. En el corazón de su pueblo Dios quiere vivir y eso es mucho más grande y más necesario que todo el templo que David le pudiese construir.
         María, en cambio, ofrece un espacio interior, un espacio de escucha y un espacio de acogida. María es modelo de eso. Y ella es capaz de introducirse, no en un propio proyecto, sino que se anima a romper ese proyecto para unirse al proyecto de Dios; proyecto que para ella es muy duro.
      María está dispuesta a renunciar y a guardar en silencio su secreto, pero eso implicaba también lo que pensaría José, porque sabía muy bien que no había convivido con ella. Lo que pensaría el pueblo si José cumplía la ley, porque él tenía derecho a denunciarla públicamente. Así que, para romper su propio proyecto no era nada fácil. Sin embargo, la respuesta de la Virgen es, primero hablar con Dios; le pide cuentas a Dios, le pregunta ¿Cómo es posible, cómo es posible, si yo no he convivido con ningún varón? Así como también nosotros frente a nuestros propios proyectos; Dios los rompe; les diría, ojalá nosotros tengamos, junto con la capacidad de reconocer esto, la capacidad de poder decirle a Dios, con sinceridad, "¿Cómo es posible?".
         Dios no se enoja cuando nosotros peleamos los proyectos que rompe, se enoja cuando a los proyectos rotos por Él no los asumimos, y los llevamos así rotos al corazón y cerrando puertas a Dios. Entonces, nuestro corazón se va volviendo resentido, sobre todo cuando un proyecto de Dios pasa por la cruz, como normalmente suele sucedernos. El corazón se vuelve resentido, va pasando a amargura; y terminar también en rebeldía, y luego contra Dios. Cuando un corazón se anima a elevar su queja a Dios, entonces aquello se convierte en oración y es lo que se llama lamentación; y esto es un modo de oración.
         María le pide cuentas al ángel “¿Cómo es posible?”, le pregunta. Y ojalá nosotros sepamos hacerlo así. “Señor, cómo es posible, cómo es posible que rompas esto; cómo es posible que no esté presente quien yo más quisiera; cómo es posible que aquello que tanto soñé se me fue de las manos; cómo es posible que no llegué a donde yo suponía; ¡cómo es posible! ...” y cada uno sabrá su propio "¡Cómo es posible!". Entonces Dios tendrá que responder, y a María el ángel le responde: No temas, alégrate, no temas. Como diciendo que este cambio de proyecto está en manos de Dios, y aunque nosotros no lo entendamos, es su voluntad. “Anímate a confiar”.
         Dios nos pide esta gracia en este tiempo. En la figura de David, Dios nos da a entender que El prefiere hacer de un pueblo, y de nuestro propio corazón, su propia casa, y habitar allí.
Y a través de la imagen de la Virgen, Dios nos viene a enseñar la clave de Navidad. Esta clave de estar atentos, esta clave de escuchar el modo o mensaje que Dios tiene reservado para mí en esta Navidad.
Se acerca ya Navidad, falta poquito; estamos en la "semana de la desesperación"; y entonces, puede sucedernos que al final o al comienzo de la Navidad, nos hagamos una preguntita bien tramposa: ¿falta algo? Porque no se quiere que falte nada, pero les diría que la pregunta es tramposa; porque muchas veces, en el fondo, no es que "falte algo", sino que falta "Alguien"; que cuidamos tanto las cosas, que al final nos olvidamos de ese "Alguien", que es por quien estamos haciendo todo esto de las fiestas.
         Que no caigamos en esta trampa, que sepamos y recordemos que si hace falta, Él, en nuestro corazón.  Que sí en esta Navidad que viene hagamos de nuestro corazón ese templo. David ofrecía afuera porque no se animaba todavía a hacérselo adentro; la Virgen en cambio, sí se animó a ofrecerlo en su propio corazón y en su propio cuerpo y alma. Pues también a nosotros el Señor nos dice: Háganme sitio, que voy llegando. Ya estoy cerca.

¡Bueno domingo!

sábado, 10 de diciembre de 2011

“¿TÚ, QUIÉN ERES?” (Jn 1, 6- 8; 19 - 28)


     En estos domingos de adviento, la Iglesia dirige la atención a algunos personajes que nos ayudan a preparar esta fiesta de navidad que se acerca. Hoy ponemos la mirada en la figura de San Juan Bautista, que tuvo como misión preparar al pueblo judío para la primera manifestación pública de Jesús.
     Hoy Juan le dice a los que se le acercan: En medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis: JESUS. Juan fue ungido (como nosotros), fue ungido por Dios, fue consagrado, llamado para señalar a ese Jesús que estaba en medio de esa gente y que ellos no conocían, y él tenía que darlo a conocer.
¡Cuánto nos falta conocer a Jesús! Jesús todavía sigue siendo entre nosotros un desconocido. Dios está como ausente en el mundo de hoy, por eso falta alegría, por eso falta esperanza, por eso este mundo pareciera que sigue en tinieblas, sin Luz.
Y nosotros, como Juan el Bautista, también estamos consagrados por el bautismo, estamos llamados a decirle a la gente de nuestro tiempo: en medio de vosotros hay alguien a quien no conocen. Nosotros también estamos llamados  a señalar a Jesús para que hoy sea conocido. Pero lo vamos a tener que dar a conocer con nuestra vida. Tenemos que mostrar al Jesús que vive adentro nuestro.
     En el evangelio que acabamos de escuchar vemos que se le acercan a Juan unos judíos para preguntarle quién era él, cuál era su misión. Y Juan responde claramente que él es simplemente un testigo, está llamado a ser ni más ni menos que testigo de Jesús. Él no es la Luz sino testigo de la Luz. Es una voz que grita para que preparen el camino para recibir a Jesús.
     Y esta preguntita nos la podrían hacer a cada uno de los que estamos aquí presente. Quizás, si hoy día, alguien viniera a nosotros y nos preguntase ¿tú, quién eres?, si nos preguntara: "Tú, ¿qué podrías decir de ti mismo?" Nosotros, ¿Qué responderíamos? O dicho de otro modo, unidos a nuestra fe; si alguien viniera y nos preguntara como le preguntaron a Pedro, ¿Tienes algo que ver con Jesús? Si la gente nos dijera: Tu vida, tus cosas, tu mentalidad, tus comportamientos prácticos, ¿tienen algo que ver con el Evangelio? nosotros, ¿ qué contestaríamos ?
     El evangelio de este domingo nos interpela sobre una realidad que nos cuesta aceptar, nos cuesta asumir, y más en estos tiempos que estamos viviendo: descubrir que por el bautismo, nuestra vocación más profunda es la de ser testigos.
    Y hay que reconocer que en este tema en seguida miramos para el costado: nos escandalizamos del pecado de los demás, empezamos a criticar a los otros diciendo como puede ir a Misa y después hacer tal o cual cosa, nos indignamos del antitestimonio de alguna autoridad de la Iglesia, y así miles de excusas.
     Cuando la primera pregunta debería ser: ¿Somos nosotros testigos de Jesús en el mundo? ¿Somos verdaderos testigos del amor de Dios en nuestra casa, con nuestros amigos, en el trabajo, en cada uno de los ambientes en que nos movemos? ¿O nos da vergüenza, o tenemos miedo de gritar a los cuatro vientos que Jesús es el centro de nuestra vida, por todo lo que implica ir contra la corriente, o simplemente quizás no nos damos cuenta de que nuestra vida es el único evangelio que leerán algunos de nuestros hermanos?
Quizás los cristianos nos cuesta reconocernos como tales. No es que se trate de convertirnos en hinchas fanáticos de un equipo de fútbol, que sólo saben hablar de su propio equipo, sino de convertirnos en gente a quien la fe le salga por las obras como la respiración sale de los pulmones.
Claro que para esto hay que empezar por tener el corazón muy en Dios, para hablar bien de Él. Cuando la Fe haya crecido lo suficiente dentro nuestro, entonces nuestro testimonio empezará a salir espontáneamente en nuestros gestos y en nuestras palabras.
    Eso es quizás lo que nos falta tener: el corazón muy unido a Dios. Porque sólo así seremos verdaderos testigos. El testigo es alguien que puede hablar de lo que ha visto y oído. El testigo no es solamente alguien que cree en Jesús, sino alguien que vive la propia vida de Jesús, es alguien que conoce a Jesús no sólo por lo que le enseñaron o por lo que estudió sino sobre todo por el contacto personal con el Señor en su vida interior. Es alguien que refleja en su propia vida la luz de Cristo que brilla en su interior, y con sólo vivir ya va transformando la vida de los que lo rodean.
    Ojalá Dios nos conceda esta gracia a cada uno de nosotros en esta navidad que se acerca. Que no sea una navidad más. Que nos preparemos bien, sobre todo a través de la oración en estos 15 días que faltan para el 25, para que Jesús vuelva a nacer. Para que Él que es la Luz, vuelva a encender nuestro corazón, y así nosotros podamos iluminar a los que nos rodean.
Ojalá que podamos como San Juan el Bautista, como todos aquellos a quienes Cristo les transformó la vida, nosotros también podamos decirle al mundo de hoy: “en medio de vosotros hay alguien a quien todavía no conocéis: JESÚS. Y yo estoy dispuesto a darlo a conocer con el testimonio de mi vida”.

¡Bueno domingo!

sábado, 3 de diciembre de 2011

“CONVERTÍOS” (Mc. 1, 1-8)


     Si la llamada del domingo pasado se podía resumir en el slogan: "Vigilad", la de hoy se puede sintetizar con otra consigna también clara y enérgica: "convertíos".
     Convertirse no significa necesariamente que seamos grandes pecadores y debamos hacer penitencia. Convertirse, creer en Cristo Jesús, significa volverse a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad, irla asimilando en las actitudes fundamentales de la vida.

     Por eso la voz del Bautista, que resuena hoy por todo el mundo, es incómoda en el fondo: nos invita a un cambio, a una opción: "preparad el camino del Señor, allanad sus senderos..."
¿Qué es lo que cambiará en nuestra sociedad, en el adviento 2011? ¿De veras se allanarán senderos, de veras daremos pasos eficaces hacia esa tierra nueva, hacia esa sociedad mejor, con mayor justicia y fraternidad? ¿Qué es lo que va a cambiar en nuestras familias, en nuestras comunidades? ¿Se notará que hemos aceptado a Cristo como criterio de vida, con sus actitudes y su mentalidad? ¿Qué es lo que cambiará en nuestra vida personal? Vivimos ya una espiral tentadora de compras y regalos. La sociedad de consumo nos envuelve en su red. Pero ¿es esa la preparación de la Navidad cristiana? Esperar a Cristo y alegrarse con su venida, salir a su encuentro, es algo mucho más profundo...
     Para este camino de conversión a Cristo tenemos nuestro "viático": la Eucaristía. La Palabra de Dios, que se nos proclama y que acogemos con fe; la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, esto es lo que nos da ánimos y nos sostiene en la peregrinación de cada semana. Mientras esperamos la gloriosa manifestación del Salvador, al final de la historia, todos somos convocados este año a una marcha hacia adelante: el Señor viene a nosotros, con tal que también nosotros vayamos hacia Él.
                                                                            ¡Bueno domingo!


sábado, 26 de noviembre de 2011

“VELAD LOS CORAZONES….” (Mc. 13, 33-37)

     
Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico. Y lo hacemos con el tiempo de Adviento, que es el tiempo de preparación para la Navidad, es este mes que dedicamos para que la navidad no se nos vaya de las manos. (Cambio de colores litúrgicos)
Adviento significa venida. Y comúnmente solemos hablar de tres venidas de Jesús, de tres advientos. La primera venida de Jesús es la histórica que ocurrió hace dos mil años en Belén. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, habitó entre nosotros y resucitó para nosotros. Hoy lo recordamos, y en este tiempo de preparación para la navidad queremos imitar la esperanza y el hambre de Dios de los pueblos que suspiraron por el salvador.
El segundo adviento, o la segunda venida de Jesús serán al final de los tiempos. Jesús vendrá a cerrar la historia. Será el triunfo definitivo del amor, del bien, de la verdad.
Pero hay un tercer tipo de adviento, que es la venida permanente de Jesús a mi corazón, a lo más íntimo de mi persona. Viene de mil modos. Hoy vivimos constantemente este adviento, y sobre todo para eso están estas semanas previas a la navidad, para intensificar nuestra apertura a ese Jesús presente entre nosotros, para intensificar nuestra apertura a ese Jesús que viene de nuevo a mi vida en esta navidad.
Porque puede sucedernos, y de hecho muchas veces nos sucede, que la Navidad pase de largo. Por eso, nos hace bien que, de entrada el evangelio de hoy nos diga ESTÉIS ATENTOS porque cuando menos se den cuenta se nos viene encima navidad y otra vez a pedir perdón por haber dejado pasar un tiempo de gracia. Y Adviento es tiempo de preparar el corazón en serio para la navidad.
Adviento es este mes para hacerle lugar a Dios que quiere hacerse carne en mi vida, es este mes de hacerle sitio al Niño Dios que quiere volver a nacer en mi corazón, adviento es este tiempo para preparar un  lugar en nuestro corazón al Niño Dios que viene a nuestro encuentro.
El desafío en este mes de adviento es ese. Yo tengo que hacerle sitio al Señor en este tiempo, ya no en la posada, ya no en una casa física, sino ahora es hacerle sitio en mi vida, hacerle sitio en este momento de mi historia.
El desafío es ver cómo podemos ir preparando el corazón para esta navidad. Porque en general Navidad nos agarra con frío; nos agarra medio hartos de estudiar; nos agarra al final de un año muy cansador.
Y puede pasarnos que no le hagamos lugar a Jesús en esta navidad. Puede pasarnos que pasemos todo este mes sin escuchar como Dios nos está golpeando las puertas y nosotros le decimos que ahora no podemos, que estamos ocupados, que mejor empezamos el año que viene. Y entonces así nos pasemos este tiempo aceleradísimos en tantas cosas sin darnos cuenta que se nos escapa lo más importante.
Quizás cada uno podría preguntarse cuál va a ser el modo para prepararse de la mejor manera.
Por ejemplo alguno podrá asumir el compromiso de tener DIEZ MINUTOS DIARIOS de oración, de silencio. Y preguntarse dónde van a estar esos diez minutos. Van a estar al levantarse, al mediodía; a la noche, si es que a la noche se puede. Porque en general los últimos diez minutos del día no son los mejores. Que no vayamos a hablar con Dios cuando ya no podemos más. Primero, porque así nadie escucha; y segundo, porque es muy triste que justamente a quien más amamos, le estemos dedicando diariamente los restos de minutitos que nos quedan, para hablar con Aquel que nos creó, que nos salvó, que nos sostiene, de quien dependemos.
Otro podrá preparar el corazón para navidad asumiendo el compromiso de estar con un poquito de mejor humor en casa. Porque en general nos pasa, que: o porque estamos a mil estudiando, o porque tenemos muchísimos problemas en el trabajo, o por lo que sea..., pero lo cierto es que a veces estamos de tan pésimo humor que nadie nos puede pedir nada, que nadie se nos puede ni acercar porque ya es motivo de pelea. Entonces es un buen propósito el tratar mejor a quienes nos rodean; ya que justamente navidad es el nacimiento del Rey de la Paz, que muchas veces encuentra en nosotros tanta guerra, que no se siente en su sitio, no encuentra el pesebre que él necesita en nuestro propio corazón para nacer. Él, que viene a traer la paz… encuentra guerra, viene a traer la luz… nos encuentra llenos de tinieblas, viene a traer la ternura… nos encuentra agrediendo a todo el que se nos cruza,… y entonces, no encuentra el sitio.
Hoy mismo, no esperemos hasta el 24 de diciembre, hoy mismo empecemos a decirle: Ven Señor Jesús, quédate con nosotros porque te necesitamos, quizás hoy más que nunca. Nuestro corazón quiere ser este año ese pesebre sencillo donde vos puedas nacer y llenarme el corazón de vida como siempre lo haces cuando te abrimos las puertas.

domingo, 20 de noviembre de 2011

“OTRAS PRESENCIAS DE JESÚS….” (Mt. 25, 31- 46)

Hoy concluye un nuevo año en la liturgia de la Iglesia. El próximo domingo ya comenzamos el tiempo del adviento preparándonos para la navidad. Y hoy concluimos con la solemnidad dedicada a Cristo como Rey del universo. Después de haber recorrido el desarrollo de la historia de la salvación a lo largo de todo el año; en este último domingo contemplamos a Cristo que volverá. Por eso hoy escuchamos este evangelio en el que se nos presenta el cuadro del juicio final. En este caso ya no es el Señor que nos habla desde el tiempo de su peregrinación terrenal, sino que es el Jesús glorioso que vendrá al final de los tiempos. Ya no aparece como el Cristo que caminó hace más de 2000 años por Jerusalén y poniendo los cimientos del Reino, sino que en el evangelio que acabamos de escuchar aparece como el Rey. Pero sigue siendo el mismo Jesús que en la última cena se puso a lavar los pies a los discípulos, ya que El no vino a ser servido sino a servir. El reino que Jesús implantó entre nosotros es el reino del servicio. Jesús es un Rey, que paradójicamente domina sirviendo, un Rey que su omnipotencia la usó en perdonar, un Rey que se presenta como pastor.
Y para que nosotros podamos entrar en su reino va a exigir de nosotros la misma actitud. Para entrar en el Reino de los cielos nosotros también tenemos que vivir el reinado del servicio en nuestra vida con nuestros hermanos viendo en ellos al mismo Cristo. Este evangelio es bien claro, Cristo se identifica plenamente con el más necesitado. No es que dice el Señor que cuando atendamos a uno de los necesitados "es como si Yo estuviera allí"; nos dice:"yo estoy allí". ¡Qué fuerte! Aquí no es un relato romántico para mover afectos, sino que está hablando en un sentido real
Esta imagen del Pastoreo y del Reinado, también es para nosotros. La primera pregunta que podríamos hacernos, es ver si realmente el Señor es Rey en mi propio corazón; y segundo, qué clase de Reinado le he impuesto yo a Dios en mi propio corazón. Podríamos preguntarnos si realmente cada uno de nosotros se deja pastorear primero por Dios. Nadie podrá pastorear, si antes no tiene experiencia de ser pastoreado por Dios; nadie curará a nadie, si antes no tiene experiencia de haber sido curado por Dios. Nadie suavizará ninguna herida, si antes nosotros no nos hemos dejado curar las propias por el Señor. Nadie podrá dar consuelo, fuerza, alimento, ánimo; si antes no se dejó cargar en los hombros por este Pastor Rey, por este Rey Pastor; que viene a buscarnos con tanto cariño. Con lo cual, la primera condición para que nosotros pastoreemos bien; es que nosotros seamos ovejas dóciles, ovejas que se dejan cuidar, ovejas que no esconden las heridas, sino que dejan que el Señor las vaya atendiendo. Y segundo, preguntarnos por nuestro propio pastoreo. Si realmente mi pastoreo es salir a encontrar a Cristo en aquellos más necesitados. 
…Pero no mañana sino hoy mismo: "Es hoy", dice el Señor, parafraseando el Evangelio; es hoy que tengo hambre; es hoy que estoy sin trabajo; es hoy que me encuentro en la soledad más deprimente; es hoy que estoy enfermo; es hoy que vivo muchas veces sin saber qué hacer; es hoy que necesito un pariente que me visite a la tarde en el geriátrico, o en el psiquiátrico; es hoy que te estoy llamando y necesites que me ayudes; mañana no sé si habrá tiempo: es hoy. No puedo dejar esto para el Juicio Final, sino que hoy es el día propicio. Que la fiesta de Cristo Rey que hoy estamos celebrando nos ayude a volver a ver por dónde pasa el Reino de los Cielos en mi propio corazón.

sábado, 12 de noviembre de 2011

“¡NO SEAMOS ENTERRADORES DE GRACIAS…!” (Mt. 25, 14-30)

El evangelio que se proclama en este domingo es un texto que está a continuación del que se oyó el domingo pasado. Se continúa con la idea de la vigilancia ante la llegada del Reino. Si el domingo pasado se mostraba el aspecto festivo de una fiesta de bodas, hoy aparece en primer plano la responsabilidad de trabajar y obtener frutos hasta que venga el Señor.
     La parábola también se refiere a nosotros hoy. Todos hemos recibido bienes en mayor o menor medida. Ante todo tenemos la Iglesia con sus tesoros de gracia, los sacramentos, la Palabra de Dios, los ejemplos de la vida de Jesús y de los Santos... A todo esto debemos añadir las gracias que el Señor concede a cada uno de nosotros al darnos el Espíritu Santo, y lo que llamamos "los carismas". Y no nos olvidemos de los bienes materiales, de las condiciones en las que vivimos, de la capacidad personal para realizar ciertas actividades. Todo esto es un inmenso tesoro que cada uno ha recibido de Dios.
     La parábola nos instruye sobre lo que sucede en el Reino de los Cielos. Así lo dice el Señor al introducirla. En esta etapa, el Reino se debe ir manifestando en la Iglesia, y esto no sucederá en medio de un tranquilo descanso, como pensaban algunos, sino de una afanosa tarea. Se nos dan bienes para que los administremos y los hagamos fructificar. Llegará un momento en que se nos pedirá cuenta de lo que hemos hecho con los bienes recibidos.
     Muchos se sienten conformes con el cumplimiento de los preceptos y con el mantenimiento intachable de las enseñanzas de la Iglesia. De esta manera se sienten seguros como el que enterró el dinero para que nadie lo robara. La parábola tiene que hacernos reflexionar: se nos va a pedir cuenta de los frutos que hemos obtenido. Se nos pedirá cuenta de la forma en que todos estos beneficios han sido utilizados para llegar a realizarnos plenamente como hijos de Dios; se nos pedirá cuenta de la forma en que hemos utilizado todos esos bienes en favor de nuestros hermanos con el fin de que todos los hijos de Dios reciban la parte que les corresponde de los bienes del Padre.
     El que guarda cuidadosamente para poder estar seguro, está guardando para sí mismo algo que le han dado para que lo utilice en favor de los demás. Por eso es un ladrón que merece ser castigado. La parábola dice que el mal administrador fue privado de todo lo que tenía. Pero aquel que los hizo fructificar será invitado a participar de la alegría del banquete celestial para reinar junto con Cristo administrando bienes muchos mayores.
     Nos puede venir bien a nosotros preguntarnos también esto mismo: ¿Qué he hecho yo con mis talentos. A quién hemos contagiado con nuestra fe. A cuántos yo he levantado, he puesto de pie con mi esperanza? O preguntarnos al revés, cuánta gente ha venido a nosotros buscando, quizá no la salvación, ni la gran receta; sino que vino a nuestro encuentro para que le aliviemos el peso de la vida y nosotros no lo hicimos por estar muy ocupados en nuestras cosas.
     Que cada uno de nosotros en este día se anime a reconocer con mucha sinceridad aquellos talentos, que quizá habiendo apostado, o deseando apostar en algún momento, hemos terminado por esconderlos, hemos terminado por enterrarlos. Porque estamos a tiempo todavía. Si hoy leemos este Evangelio, no es para sentir el hacha del Señor en la cabeza, sino es una llamada de atención
     Que no hagamos de nuestra vida un cementerio de los regalos de Dios, sino que ojalá Dios nos encuentre al final de la vida con las manos llenas de frutos, que no quedan sólo entre las manos, sino que a medida que van pasando por nuestras manos, van siendo entregados a los demás. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

“! ESTÉIS ATENTOS !” (Mt. 25, 1-13)


Estamos por terminar el año litúrgico. Faltan dos domingos para que llegue la fiesta de Cristo Rey, fiesta con la que termina el año litúrgico. El paso de los años nos recuerda que no somos eternos en este mundo, que así como nuestra existencia en el mundo presente tiene un principio, así también tendrá su fin. No sabemos ni el día ni la hora en que eso ocurrirá, pero sí sabemos que el Señor Jesús ha de volver un día. Aunque lo más probable es que nosotros partamos hacia la casa del Padre antes que se produzca el retorno triunfal de Jesús.
No hace falta hacer mucho esfuerzo para darse cuenta de la enseñanza principal que Jesús quiere dejarnos hoy: “Estéis atentos”, de hecho lo dice al final de la parábola: “estéis prevenidos porque no sabéis ni el día ni la hora.”
Son muchos los aspectos que podríamos meditar sobre este evangelio, pero quisiera detenerme al menos en uno. El modo como nosotros estamos viviendo esta espera. O sea el modo como estamos viviendo esta verdad tan obvia de saber que no somos eternos aquí en la tierra. Una verdad tan obvia pero que pareciera que a veces en medio de la fajina cotidiana solemos olvidar. A la luz del evangelio podemos hacernos esta pregunta: ¿qué significa estar con las lámparas encendidas?
Y creo que se trata de ver cómo estamos viviendo nosotros esta espera. De revisar cómo estamos viviendo cada uno de los instantes de nuestra vida, aun los más pequeños. Porque muchas veces confundimos esta virtud de la vigilancia, de estar atentos, con una actitud enfermiza que nos termina llenando de miedos con respecto a la muerte. Entonces vivimos obsesionados, pensando que en cualquier momento nos puede pasar una desgracia.
O también a veces nos equivocamos pensando que estar preparados implica estar siempre en oración, haciendo cosas referidas a la Iglesia, o simplemente cosas piadosas.
Cuando en realidad el mejor modo para esperar es vivir en plenitud cada instante. Si vivimos así cada momento de nuestra vida, entonces nosotros descubriremos, que no importa lo que estemos haciendo, sino que lo que importa es que seamos fieles a lo que nos toca vivir en cada instante. Que vivamos con fidelidad las cosas cotidianas. Que vivamos con fidelidad nuestro trabajo, nuestro estudio, nuestro noviazgo, nuestro matrimonio que descubramos que la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino extraordinariamente bien las cosas ordinarias.
Ojalá Dios nos conceda esta gracia de la vigilancia. Aún en lo pequeño, de vivir siempre con las lámparas encendidas.  Si hay un amor para dar mañana, mejor démoslo hoy, si hay un perdón que nosotros hemos propuesto para el mes que viene, ni mañana ni el mes que viene: hoy comenzamos a sembrar el perdón. Si hay una sonrisa o un cariño que estamos mezquinando para hacer sentir que nos han ofendido, hoy es el momento de bajar las manos y darnos cuenta que el tiempo es algo demasiado rico para negociarlo mal.
Y ése es el mensaje del Señor hoy: nos llama a estar atentos. Pero no para vivir con miedo de que nos pase lo peor, sino para vivir la vida con sabiduría, preparando el corazón para el encuentro con Dios, como un artista puede preparar una obra de arte.
La mejor manera de esperarlo es gritarse a sí mismo frente al espejo, cada mañana al levantarse, que ese día que empieza es el más importante de nuestra vida.
Que la Mare Déu del Coll nos ayude a descubrir que la mejor manera de esperar la venida del Señor es viviendo con fidelidad y responsabilidad cada momento de nuestra vida.

sábado, 29 de octubre de 2011

“PREDICAN PERO NO DAN TRIGO” (Mt. 23, 1-12)


«¡Ay de nosotros, que hemos heredado los vicios de los fariseos!»
San Jerónimo, Comentario a san Mateo, XXIII, 1.

     Jesús critica duramente a los “escribas y fariseos” (tampoco todos, naturalmente), las clases dirigentes de su tiempo, por su hipocresía y el modo interesado de realizar su ministerio.
Las palabras del evangelio no están escritas para que nos enteremos de cómo se comportaban los malos fariseos de aquel tiempo. El evangelio no es un manual de historia antigua, sino una predicación para los cristianos de todos los tiempos. San Mateo, escribiendo para una comunidad formada en su mayor parte por cristianos venidos del judaísmo, ha recogido esta enseñanza de Jesús porque ha visto que en su iglesia existía la tendencia a imitar los malos ejemplos de algunos fariseos. Si nos encontramos retratados allí, es porque tenemos que corregirnos. Lo mejor es que los “pastores” lo reconozcamos humildemente y reflexionemos sobre si estos reproches nos afectan de alguna manera también a nosotros.
     Los que somos religiosos corremos el peligro de hablar de Dios y vivir de espaldas a Él, de tener actitud poco consecuente con la fe que creemos tener y con lo que enseñamos.
     Con nuestra “evangelización”, estamos constantemente ante la tentación de hacer ostentación de nuestra piedad. Es muy común entre los hombres aspirar a los primeros lugares. Cuando por el desempeño de un ministerio debemos estar en un lugar destacado, puede suceder que nos sintamos por encima de los demás. El ansia de dominio se da también entre los que ocupamos algún lugar en la comunidad eclesiástica. Nos gusta tener títulos, y más de una vez nos encontramos con que también nos gusta que los demás los reconozcan. Y lo peor de todo, muchas veces el uso de los títulos no se hace de la misma manera que lo hacía san Pablo: no los llevamos para presentarnos humildemente como servidores, sino para sobresalir sobre los otros o como forma de dominio.
     Jesucristo nos enseña a vivir como miembros de la familia de Dios. Sabiendo que tenemos un solo Padre y un solo Maestro que es Dios, y un solo Doctor que es Cristo, debemos someternos solamente a ellos y abrazar con igual amor a todos nuestros hermanos. En la práctica de nuestra vida cristiana debemos buscar solamente complacer a Dios, y no el aplauso de los hombres. Si en la Iglesia, en nuestra familia o en la sociedad somos llamados padres o maestros, debe ser porque con nuestra actitud o nuestro oficio hacemos presente ante los demás la bondad y la firmeza de Dios como Padre o su sabiduría como Maestro.
     El evangelio hoy quiere invitarnos a nosotros los sacerdotes y por extensión a todos los cristianos y cristianas a tomar en serio nuestra vocación bautismal (de nación santa y pueblo sacerdotal) y a despertar nuestra responsabilidad ante Dios y ante les seres humanos.

viernes, 21 de octubre de 2011

“¿CUÁL ES EL MÁS IMPORTANTE...?” (Mt. 22, 34-40)

    
Hoy, escuchamos un relato tan conocido del evangelio de Mateo en el cual  unos de los fariseos pregunta a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”. También nosotros -aun sin trampa-  le preguntamos: ¿CUÁL ES EL MÁS IMPORTANTE...? Más de una  vez nos sentimos desorientados ante tantas obligaciones que nos presenta la Iglesia, la familia, el país, la misma vida. Todo se presenta como lo más importante, se exige que se atienda todo con la misma dedicación, pero nosotros somos débiles y limitados. No podemos prestar la misma atención, al mismo tiempo, a todas las cosas. Unos dicen que es más importante trabajar honestamente, aunque no se vaya tanto a la Iglesia; otros piensan que es más importante el culto de Dios, aunque haya que descuidar las demás cosas; otros afirman que lo importante es dedicarse al país. No hablemos de los que dicen que lo importante es pasarlo bien, o llegar a ser famoso, o ganar mucho (aunque sea robando)...
Escuchemos a Jesús que viene en nuestra ayuda respondiendo: no hay que debatirse entre tantas obligaciones. Basta con observar bien una sola: "Amarás al Señor tu Dios...". No es necesario dispersarse atendiendo a tantas cosas: prestemos atención al Único que vale. Dios nos ha dado un monto de pruebas de su amor, y la única forma de pagarle es amándolo. Jesús nos indica cuál ha de ser la medida de ese amor.
...CON TODO TU CORAZÓN
Los antiguos, para hablar de los pensamientos, no señalaban la cabeza sino el corazón. Leemos tantas veces en la Biblia: "Los pensamientos de su corazón...", o "¿Qué piensan en su corazón?"... Al decir que debemos amar a Dios con todo el corazón, Jesús nos está diciendo que Dios debe ocupar todos nuestros pensamientos. Fijémonos en la palabra "todo" puesta delante de "corazón", de "alma" y de "espíritu". Ningún pensamiento que se origine en nosotros debe estar orientado hacia otra cosa que no sea el amor de Dios. Todos nuestros pensamientos, todos nuestros planes, todas nuestras decisiones... deben expresar de distintas maneras el amor a Dios, aunque se refieran a las cosas más diversas.
... Y A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO
Muchos podrán decir que les resulta difícil amar a Dios, que a Dios no lo ven y no lo "sienten" como se “siente” el amor a una persona conocida que uno puede ver todos los días. El Señor nos responde mostrándonos el camino para poder amarlo como Él quiere ser amado: comienza por amar al prójimo, que es imagen de Dios. Allí donde ves a otro ser humano, estás viendo la imagen de Dios, estás viendo a alguien que es amado por Dios, estás viendo a alguien por quien Cristo ha derramado su sangre. Si lo amas, ya te estás acercando al amor a Dios. Para amar verdaderamente a Dios debemos amar todo lo que Él ama, y esto es tan cierto que San Juan nos dice que mentimos sí decimos que amamos a Dios y no amamos a nuestros hermanos.
En este segundo mandamiento no se exige amar por encima de todo sino "como a ti mismo". Quiere decir que cuando amamos a los demás tenemos que amarlos así como nos gusta que nos amen, así como deseamos ser amados. No hacerles lo que no nos gusta, y hacer por ellos lo que nos agrada que nos hagan. Significa que hay que amarlos así como son, imperfectos, pecadores, ingratos, porque sabemos que a nosotros nos gusta que nos quieran así como somos.
Jesús coloca estos dos mandamientos uno junto al otro, san Juan en su carta dice que quien no cumple este segundo mandamiento tampoco cumple el primero porque quien no ama al prójimo a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y san Pablo, sin contradecir a Jesús, dice que al fin de cuentas este mandamiento es el único, porque quien ama al prójimo ha cumplido toda la Ley.
Dios sabe muy bien que tenemos dificultades en amarlo sin verlo, y por esta razón ha puesto este segundo mandamiento; para que lo amemos amando a los demás. Cuando nos abrimos para amar a otra persona, ya nos estamos acercando a Dios porque vamos saliendo de nuestro egoísmo. Si nuestro amor se amplía para amar a todos, ese acercamiento a Dios será mayor. Mayor será también sí abarca a los más pequeños, a los más necesitados, a los que están más olvidados de los demás, porque es a ellos a quienes a Dios prefiere.
Nuestro acercamiento a Dios habrá llegado a su punto culminante en esta vida cuando amemos también a los enemigos y a los pecadores porque sabemos que Dios los ama y son valiosos a sus ojos. Al valorar a nuestros prójimos porque son amados de Dios, habremos comprendido que los dos mandamientos grandes, siendo muy distintos permanecen radicalmente unidos. Y también descubriremos que nunca pueden oponerse, porque el verdadero amor al prójimo nos llevará a querer para ellos lo que Dios quiera.

Se te ordena este breve precepto: Ama y haz lo que quieras.
Si callas, calla por amor.
Si gritas, grita por amor.
Si corriges, corrige por amor.
Si perdonas, perdona por amor.
Que la raíz de todo sea el amor: de esta raíz no puede brotar nada que no sea el bien”.
(San Agustín, Comentario a la Primera Carta de Juan, VII, 8)

jueves, 13 de octubre de 2011

“A CADA UNO LO SUYO” (Mt. 22, 15-21.)


     Después de haber oído esta pregunta - aunque tramposa - de los  fariseos: “¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”, Jesús da la solución al problema que le han presentado. La famosa frase de Jesús ha dado lugar a muchas interpretaciones, y la que proponemos aquí no es más que una de ellas, que nos parece ser la más acertada.
     Jesús les dice: "Den entonces al César lo que es del César...". Desde el momento que ellos usan las monedas que llevan la inscripción del Emperador romano, los interlocutores de Jesús están reconociendo implícitamente que él es quien organiza la sociedad civil. Esas monedas tienen un dueño que ellos reconocen. Devuélvanle entonces esa moneda a su dueño. Existe un orden de cosas que tiene que ser manejado por los mismos hombres, y para eso hace falta que haya una autoridad que todos tienen que reconocer y respetar. El uso de las monedas es un signo de la existencia de este orden de cosas. Los que vivimos en la sociedad recibimos los beneficios que ésta nos proporciona, y por eso mismo tenemos que "dar al César lo que es del César". Es decir, debemos dar a la autoridad lo que le corresponde.
     Con esta primera parte de la respuesta, Jesús deshizo la objeción que podían tener algunos hombres de su tiempo: Jesús enseña que el reconocimiento de la autoridad civil no se opone de ninguna manera a la adoración del Único Dios. Los judíos que más tarde optaron por la violencia contra los romanos, apelando a motivos religiosos, no contaban con el apoyo de la enseñanza de Jesús.
    La segunda parte de la respuesta de Jesús – “dar a Dios lo que es de Dios” – nos recuerda el texto del Evangelio que hemos oído en uno de los últimos domingos, cuando una parábola presentaba el caso de los frutos de la viña que los hombres deben “dar a Dios”. Con este imperativo Jesús vuelve a recordar que se debe pagar la deuda que se tiene con Dios, al mismo tiempo que pone los debidos límites a la autoridad humana. El César se creía dios y exigía que se le rindiera culto cómo a un dios. Jesús dice que la autoridad humana no puede tener la pretensión de ocupar el lugar de Dios.
     Así como se debe dar al César lo que es del César, a Dios, y solamente a Él, se le deben dar las cosas que pertenecen a Dios. Él es el único ante quien el hombre se debe postrar, a Él solamente se le debe un amor por encima de todas las cosas, ante Él solamente se debe rendir cuentas de lo que cada uno tiene en su conciencia, hacia Él solamente deben tender todos los actos y todas las aspiraciones de los seres humanos, Él es el único dueño de la vida de todos los seres humanos.
    El gobernante humano se extralimita cuando exige a sus gobernados que lo traten como éstos deben tratar solamente a Dios. En los tiempos actuales no sucede como en la antigüedad, cuando los reyes se hacían tratar como dioses, se erigían templos, exigían actos de culto y se sentían dueños de las personas. Con su crueldad con los súbditos demostraban que no eran dioses, sino una triste parodia de un dios. Pero en nuestra época hay gobernantes que no respetan ni la dignidad ni la libertad de sus gobernados, que son los valores humanos que el verdadero Dios es el primero en respetar. No se hacen llamar dioses, pero se comportan como los antiguos gobernantes que se creían dioses.
         Jesús ha respondido a la consulta sobre la licitud de pagar el impuesto al César, estableciendo claramente que el hombre se encuentra ante dos autoridades que debe respetar. Y el César, como todos seres humanos, también debe dar a Dios lo que es de Dios. La exigencia que puede imponer la autoridad humana siempre es limitada, mientras que la que impone Dios es absoluta.

viernes, 7 de octubre de 2011

DOS SORPRESAS…


El evangelio de este domingo nos presenta una nueva imagen de Dios que nos puede ayudar a revisar nuestra vida de Fe.
Dios se nos presenta como un Rey bondadoso, como un Padre a quien se le va a casar su Hijo. Entonces arma la fiesta y una lista de participaciones y envía a sus servidores para llamar a los invitados. Pero los invitados no acuden a la fiesta, y sin embargo el Rey no suspende la fiesta de boda sino que manda llamar a otros para que vengan a la fiesta de su hijo. Esta parábola nos puede ayudar a revisar nuestra vida de fe porque nos sorprende en va dos aspectos.
La primera sorpresa es esto de la fiesta. Cuando nosotros pensamos que al final de nuestra vida solamente nos está esperando un juicio, donde el Señor pase cuentas de nuestras debilidades y premie o castigue. Aquí, Jesús, rompe esta imagen, y en cambio nos presenta ese día final, donde uno se encuentre con el Señor, simplemente como una fiesta.
Una fiesta preparada por el Señor. ¿Algo así como una fiesta de casamiento donde se mueve toda la familia, donde un mes antes ya la casa pierde el ritmo normal, por las participaciones, los regalos, el salón,… en fin no está hablando Jesús de esas fiestas que "hay que hacer", esas que "hay que cumplir con la formalidad", esas que hay que hacer porque hay que "quedar bien con mis amigos”. Esta es otra fiesta; la fiesta que se hace con verdadero amor, la fiesta donde se mete el corazón; aquella donde participa en primera lugar el dueño de casa o los dueños de casa. Es decir, que se alegran de que vengáis. Dios nos prepara así el Cielo. Con esa pasión y con esa preocupación con la que se arma la fiesta de un hijo que se casa. Y esta es la primera sorpresa de esta parábola.
Pero la segunda sorpresa, no menos llamativa que la primera y en la que nos tenemos que sentir interpelados, es la respuesta de aquellos que están invitados.
Tomando quizá esta misma imagen; qué triste que es cuando alguien que preparó una fiesta con tanto cariño y con tanto tiempo de anticipación, le fallan los invitados ese día. Es una de las cosas más tristes (no pasa muy seguido). Qué tristeza que es caminar por una mesa que se preparó quizá para treinta, y vinieron tres, por ejemplo. Toda una escena como de un dolor muy profundo. El dolor de sentir justamente la desproporción de todo el amor que se puso.
Y aquí entramos nosotros. Es sorprendente que podamos decir que “NO” a Dios a la hora del banquete. Y no pensemos solamente el banquete que Dios nos está preparando en el cielo. Hay muchos otros banquetes que Dios nos prepara a lo largo de nuestra vida y que son como una anticipación del banquete definitivo, que es el cielo. Y en estos pequeños banquetes, Dios también pone el mismo cariño y la misma dedicación. Qué triste es pensar que muchas veces nosotros también le damos más importancia al empresa, al negocio; al deporte, al club, y cada uno podría agregar a la lista lo que se le ocurra; pero muchas veces van siendo como el “NO” a un banquete mucho más grande, y que nuestro corazón necesita mucho más, y lo cambiamos por pequeños “picnics” del alma que no llenan el corazón. Que distraen pero que en el fondo sabemos que no nos llenan.
Siempre hay excusas. Nunca hay tiempo para el gran banquete con Dios, nunca hay tiempo para la intimidad. Una de las cosas más gozosas de la fiesta, es cuando se fueron los demás y quedaron aquellos parientes y amigos que uno más quiere, y de alguna manera, para el dueño de la casa ahí comienza la fiesta; allí comienza la parte más gozosa de la fiesta, cuando se queda con los que más quiere y comparte las cosas más gozosas.
Y nosotros para con Dios hemos perdido la capacidad, primero de aceptarle la invitación; y a veces le aceptamos la invitación, pero algo así como si le hiciéramos el cumplido. Vamos, estamos, y nos retiramos a los postres. Y no nos quedamos al rato de intimidad con el Señor. Ese rato en que muchas veces aparece el gesto que no está reservado para todos sino para los que están en la intimidad. Y a veces Jesús nos ve buscando pretextos para no ir; y a veces nos ve ansiosos por ver cuándo nos podemos retirar. Estamos en Misa, con la mirada puesta en el reloj para que las agujas se muevan un poquito más rápido para irnos cuanto antes. Hacemos la oración de la noche o la mañana como un ritual, cosa de que después cuando me vaya a confesar tenga algo menos para decir. Y así vamos viviendo la relación con Dios como aquellos invitados que van a la fiesta por compromiso y que lamentaron que el dueño de casa se haya acordado de ellos y se le haya ocurrido invitarlos. ¡Cuántas veces nos lamentamos de ser cristianos¡ ¡Cuántas veces nos lamentamos de haber sido elegidos por Jesús ya que tenemos que CUMPLIR con tantas cosas¡ Y sin embargo tenemos tantos amigos que no son cristianos y parece que viven mucho más felices que nosotros, mucho más relajados, sin tener que cumplir con tantas cosas.
Qué triste que es vivir nuestra Fe así. Tendríamos que preguntarnos porque. Quizás todavía no descubrimos este aspecto de fiesta que significa ser cristiano. Quizás todavía no descubrimos el amor de un Dios que prepara cada encuentro con nosotros como un padre prepara la fiesta de un hijo que se casa.
Que Dios nos ayude a entender esta sorpresa que a veces nuestro corazón le puede dar. Que sepamos que somos capaces de decir “no!” al banquete de Dios. A los anticipos del Banquete de Dios que se dan en la tierra; la misa, los ratos de oración. Cuántas veces me habrá esperado en la oración para banquetear, y yo ni me enteré. Cuántas veces a Dios se le habrá quemado el asado o la paella porque yo ni siquiera fui. Mientras, yo me muero de hambre y me quejo. Pero lo hermoso es que quizá Dios preparó para mí platos sabrosos, como dice el profeta Isaías, en la primera lectura de hoy; pero claro, no es servicio a domicilio, no es el delivery; sino que Dios quiere que nos presentemos ante El, a gozarlo con El. Y justamente no se tratar de romper con lo cotidiano, es todo lo contrario se trata de vivirlo más intensamente. Todos somos invitados por Dios al gran banquete de la vida, a la fiesta de la vida y a hacer de la vida una fiesta permanente, como Jesús nos dice en esta parábola.
Resumiéndonos este evangelio nos deja una doble enseñanza:
En primera lugar el darnos cuenta que el ser cristianos, el vivir el evangelio, no es simplemente el cumplir unas normas, el cumplir ciertas exigencias. Sino que es ante todo una invitación de Dios a participar de su felicidad, de su intimidad, y no sólo en el cielo, sino también ya aquí en la tierra. Eso con respecto a Dios.
Y con respecto a nosotros, nos deja la enseñanza de que también podemos rechazar esta invitación a vivir la vida de Dios, a vivir nuestra vida con Dios, cuando no rompemos con toda clase de ídolos y no hacemos florecer los valores del Reino que nos llevan, en verdad, a hacer posible que todos vivan bien y así hacer de la vida una verdadera fiesta.