viernes, 3 de junio de 2011

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR: “NO QUEDAOS MIRANDO AL CIELO.”

    
 Hoy celebramos la fiesta de la ascensión de Jesús al cielo. Jesús después de resucitar, se les aparece a los suyos durante cuarenta días, les envía a misionar por todo el mundo y finalmente asciende a los cielos. Hoy es la fiesta donde el Señor inaugura el cielo para el género humano. Es el primer hombre que entra al cielo, a la gloria del Padre. Él que había venido del Padre, como Dios, se hizo hombre como uno de nosotros – en todo menos en el pecado -, y hoy vuelve otra vez al Padre, pero ahora como Dios y como Hombre. Podemos decir que en medio de la Trinidad late el corazón de un hombre, el corazón de Jesús. Y con Él se lleva a todos nosotros, ya que Él dijo que “cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia Mí”. Jesús abre las puertas del cielo para todos los hombres y mujeres. Él está preparando un sitio para cada uno de nosotros.
     Hoy celebramos a Jesús que subió a los cielos y que nos muestra el destino de nuestra vida; pero no debemos entender al cielo como una ubicación espacial o postura física. Decir Cielo es decir Dios. Allí donde está Jesús, allí está el cielo. De manera que cada vez que nos encontramos con Dios, ya estamos participando del Cielo. Escuchábamos hoy que mientras Jesús se elevaba, una nube lo ocultaba. Es que así como no podemos soportar la visión directa del sol, seríamos incapaces de ver a Jesús en toda su gloria. La nube oculta el resplandor del sol, pero deja pasar la luz y el calor. Así también Cristo que está glorioso en el Cielo, tampoco nos abandona. De Él recibimos la gracia y el Espíritu; que nos llega a través de la Iglesia, de los sacramentos, de la Eucaristía, de la Palabra, de los pobres, de la convivencia cotidiana. Detrás de todas estas realidades se oculta el Resucitado que vive entre nosotros, mientras reina junto al Padre.
Es como que el Señor nos dice: “No, no me voy. No dejo la tierra. No renuncio a la paternidad y al cariño. No me arrepiento de todo lo vivido. No me arrepiento de la Encarnación. No me arrepiento de cada una de las cosas que viví en la tierra. No me arrepiento de la cruz por vosotros. No me arrepiento de las heridas y de las llagas sino que me las llevo al cielo.” Porque Cristo, paradójicamente, sube al Cielo llagado para siempre. No quiso curarse, quiso irse llagado, por nosotros.
     Y esa es la alegría inmensa de esta fiesta de la Ascensión. Es el amigo que vino a salvarnos, a curarnos, y que además, encima, nos prepara un lugarcito ya en el cielo. Esa es la gracia inmensa. Que nos llena de alegría, porque se adelanta a nosotros a preparar la casa. Y eso nos tiene que llenar de muchísimo consuelo.
     Por otro lado, es muy bonito lo que nos dice la Palabra de Dios bien clarito: “Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”, como diciendo, “Ya no es el tiempo de quedarse mirando. Hay que volver.” Hay que volver a la casa, hay que volver a Jerusalén, que es símbolo del lugar de la cruz…
“¿Porqué  quedaos mirando al cielo?” Ahora hay que volver a Galilea, que es símbolo de la memoria y que es símbolo de las cosas de todos los días. Porque en Galilea, Jesús trabajó…, luchó…, peleó…, comió…, vivió con los discípulos, gozó …, Galilea es lo de todos los días. Y es como que el Señor nos dice: “Hombres de Galilea, ¿qué  quedaos mirando al cielo? ¡Volved! Volved y esperad en la ciudad. Volved, y esperadme allí donde os toca vivir cada día.”
     Que hoy podamos sentir estas palabras cariñosas del Señor que nos dice: “No quedaos mirando al cielo.” Hay que bajar la mirada. Porque a la altura de la tierra, nos esperan muchos rostros que necesitan nuestro testimonio. Testimonio que, como decía Joaquín Rosselló a los misioneros de los Sagrados Corazones (que él fundó) se manifiesta en el amor que vivirán unos a otros. 
     El Señor, cuando va ascendiendo, dice: “vosotros sed testigos. Quedaos en la ciudad. Yo os bendigo.” Fijaos que tres cosas, que nos vienen tan bien a todos. “No me quedaos mirando al cielo.” “Volved a la ciudad.”, que es el símbolo de todas las cosas de todos los días, “Pero sabed que yo os bendigo. Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
    Que el Señor nos conceda la gracia de estos discípulos. Dice bien clarito: “Se volvieron a Jerusalén con gran alegría, y estaban todo el tiempo en el templo.”, Los dos signos de un corazón que ha sentido el paso de Dios son: el volver con alegría y a la vez también, el estar en el templo. Es decir, el permanecer en la presencia del Señor, a través de nuestra oración, de nuestro cariño de familia, de nuestro servicio, de nuestro encontrar a Dios en las cosas de todos los días. El poder saber que el amor se manifiesta en gestos más que en palabras

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