jueves, 28 de abril de 2011

II DOMINGO DE PASCUA: “PUERTAS CERRADAS…”


     Hoy vemos a Jesús que se presenta a sus discípulos encerrados por temor, y les dice: “la paz esté con vosotros”. Y el Señor, atraviesa puertas… Gracias a Dios, Jesús vulnera las puertas de nuestro propio corazón. Entonces se presenta, no con un reproche sino con esa palabra bellísima: “La paz esté con vosotros…” Podría haber sido el tiempo del reproche y haberles dicho: “Ahora están juntitos, pero no estuvieron conmigo en el momento de la cruz…”, o podría haber sido el tiempo del reproche por las puertas cerradas, por haberse olvidado y desconfiado de su promesa de que iba a resucitar… Sin embargo, el Señor dice: “La paz esté con vosotros”, y sopla sobre ellos, como signo bellísimo de darles el Espíritu Santo.
     Les regala su Paz, porque la paz es el signo de un corazón que cree en la resurrección: la paz es el signo de un corazón que está bien con Dios. La paz puede convivir muchas veces con la lucha: tu paz puede convivir muchas veces con las dificultades de la vida. Hay gente que sufre mucho: hay gente que lleva cruces muy pesadas. Pero que en el fondo del corazón lo llevan con mucha paz. Es decir con una especie de serenidad, que solamente da Dios a aquellos que hacen su voluntad. Por eso el dolor puede convivir misteriosamente con la paz en el cristiano.
     La paz es el signo de los que se dejan iluminar por Dios. El corazón de un hombre que cree en la resurrección de Cristo, Cristo lo pacifica, lo alegra, lo conforta con la fe, con la esperanza, con la caridad, le hace sentir suave las dificultades.
     La alegría es la gracia de un cristiano que cree y es el testimonio más importante que da un cristiano. El mundo de hoy está tentado de tristeza y justamente el testimonio más firme que puede dar un cristiano, es el testimonio de la alegría y de la paz. Corazones pacíficos y alegres. La tristeza se nos ha metido en el mundo y en nuestra vida cristiana muy sutilmente. Estamos borrando con el codo lo que hemos escrito con la mano, con nuestras tristezas. El testimonio más fuerte que tenemos que dar es el de la alegría en nuestro ambiente o en el mundo que nos toca vivir.
     Que el Señor nos dé fuerza de preguntarnos con sinceridad, si nosotros damos testimonio de alegría; si nosotros pacificamos… Si a nosotros se nos acercan los heridos, para que suavicemos sus heridas. Los habitantes del Primer Mundo deben preguntarse sinceramente cómo reciben a los inmigrantes. Que nos conceda el Señor la gracia del gozo de la resurrección. Estamos llamados a vivir como resucitados aunque estemos llagados, aunque estemos heridos. Los hermanos de los países pobres pueden encontrar una luz consoladora en este evangelio. Nos muestra de modo muy explícito cómo la experiencia de la resurrección transformó la vida de aquellos discípulos que estaban llagados, heridos por lo que le había pasado a Jesús… Dice el texto que estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Pero cuando Jesús resucitado se aparece en medio de ellos, les da la paz, les devuelve la alegría, les envía a la misión, y les da la fuerza de su Espíritu. Estos discípulos están transformados, renovados, y son los que comenzarán a dar testimonio de que Jesús está vivo.
     Pero los discípulos pasaron primero por la experiencia de estar asustados. Están encerrados… Tomás, uno de los doce, se ha ido. No aguanta sufrir junto a sus amigos. En cambio ellos, aún en medio de la prueba, porque están tentados, aún en medio del fuerte golpe que fue vivir la pasión y la muerte en cruz de Jesús, están juntos, lo que es una gracia. Están rezando juntos. Esta imagen se repite dos veces: “Estando a puertas cerradas…”: Cerrada la casa pero seguramente también cerrado el corazón al gozo. O nos vamos o nos encerramos. Son las dos posibilidades: o abrimos la puerta para irnos o cerramos mal las puertas, para defendernos a nosotros mismos y en el fondo terminamos haciéndonos daño. Dos formas de moverse frente a una cruz… Como al comienzo de la Iglesia, también hoy nosotros debemos contagiar la alegría y la paz del resucitado a los demás, anunciar con simpleza pero con fuerza, que Jesús es el Señor . Y para esto es necesario que nos lo proclamemos sobre todo a nosotros mismos, dentro de nosotros antes que afuera: este es el único camino para poder proclamarlo a los demás. Hace unos meses nos comprometíamos de seguir como comunidad parroquial este bonito lema “Una cuaresma para mejorar el corazón” Por lo tanto nuestra evangelización no es sólo para el mundo sino también para nuestro corazón, a menudo hay cantidad de ídolos y cantidad de señores que se disputan el puesto y nos tironean cada uno por su lado. Proclamar con Fe a Jesús como mi Señor, es como permitir que Jesús repita dentro de nosotros el prodigio de su descenso a los infiernos: allí se abren las puertas, él entra, hace luz, y ante él huyen las tinieblas de nuestro corazón.

     Que los Sagrados Corazones nos haga hombres con verdadera alegría, la alegría que solo nos pueden dar las llagas gloriosas del Señor resucitado. No la alegría barata que dura apenas unas horas.. Esa alegría no consuela a nadie; sino la alegría tranquila, pacífica, que da consuelo a los que tiene al lado, que anda evitando las cosas que muchas veces desgastan el corazón.

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