viernes, 18 de febrero de 2011

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LO QUE CUESTA SER CRISTIANO (Mt 5, 38-48)

    
 Es muy fácil pronunciar palabras, lo difícil es llevarlas a la práctica. Sobre todo cuando son palabras tan exigentes como las del Evangelio de hoy. Y estas exigencias están dirigidas a cada uno de nosotros en particular. Pero la dificultad se reduce cuando sabemos que esto no será consecuencia de un esfuerzo realizado exclusivamente con nuestras fuerzas humanas, sino que será el resultado de la acción de Dios en nosotros, transformándonos para que seamos capaces de obrar como hijos de Dios.
     Esa transformación nos llevará a amar a todos sin excepción: los chinos, los musulmanes, los inmigrantes; los ricos como los pobres, los de izquierda como los de derechos, los que llamamos progresistas o conservadores, los catalanistas como los españolistas. De esta manera, amando a los que nos atacan, no les responderemos con la violencia. Pero tampoco nos quedaremos tranquilos viendo que obran mal. El amor nos llevará a no herirlos, pero también a corregirlos para que lleguen a ser mejores. Y para eso es necesario aprender a corregir con amor. Esta forma de corregir con amor vale tanto para el oprimido que se rebela contra el que lo oprime, como para el que castiga a un delincuente, o para la madre que reprende a su hijo porque se porta mal. Se debe evitar que bajo la apariencia de una corrección se oculte una venganza. Y eso es necesario decirlo porque muchos y muchas, conscientemente o no, lo solemos hacer.
     El Señor no nos promete que obrando de manera cristiana vayamos a tener mucho éxito en este mundo. Jesús no respondió con la violencia y terminó clavado en la cruz, y aún en la cruz rezó por los que lo estaban torturando. Esto es así porque el pertenecer al Reino de Dios es mucho más importante y más valioso que todos los éxitos fugaces que podemos conseguir con la fuerza de la violencia o del odio a los enemigos. El Reino se abre paso a partir de lo que Dios va realizando en el corazón de cada hombre, y lentamente se va manifestando en el mundo. Y si nos dejamos transformar por Dios, también la sociedad y el mundo se transformarán con nosotros. Llegará el día en que todo el mundo será transformado por el Reino de Dios. En ese día ya no será el mundo de la agresión, de las represalias y de las venganzas, sino el Reino de paz, de justicia y de amor.
Que los Sagrados Corazones de Jesús y María nos ayuden a vivir estas actitudes sacricordianas que son ni más ni menos actitudes cristianas en su radicalidad.     

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