Hoy no podemos olvidar esta entrañable lección que nos dio Jesús, en el momento en que se disponía a iniciar su Pasión. Además de dejarnos la “herencia” de la Eucaristía, nos dejó también en testamento una lección de caridad servicial y de amor fraterno, sobre todo para los que ejercen en la comunidad alguna clase de autoridad.
El lavatorio de los pies tiene una clara relación con la muerte del Siervo, que se entrega totalmente por los demás. El Jueves se despoja del manto y lava los pies a sus discípulos. En la cruz se despoja incluso de su vida, para dar vida a todos. Tanto en la cruz como en la Eucaristía, destaca su lección de amor fraterno universal. Lo que en la cruz sucedió dramáticamente, en la Eucaristía se celebra y participa cada vez de un modo sacramental: “mi Cuerpo por vosotros”.
Es un gesto simbólico que expresa la lección que nos quiere dejar como testamento. Tanto con el pan y el vino como con el lavatorio de los pies Jesús concluye con la misma recomendación: “haced esto como memorial mío… os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
La caridad no es algo añadido a la Eucaristía (o a la Pascua): es algo integrante de ella. Pablo reprende a los Corintios que pretendan celebrar la Eucaristía sin fraternidad. Esta celebración no debe hacernos crecer sólo en nuestra unión con Cristo, sino también en fraternidad. Por eso preparamos cada vez la comunión con Cristo con la petición del Padrenuestro “perdónanos como nosotros perdonamos”, con el gesto de la paz, y con el gesto simbólico del Pan partido y compartido, lo mismo que el del cáliz que también compartimos.
Esto nos compromete a todos, en la vida eclesial y en la familiar, a una actitud de servicialidad y entrega. Si celebramos bien la Eucaristía y crecemos en el amor fraterno y en nuestros esfuerzos por la justicia social, entonces sí que se podrá decir que somos cristianos de verdad, herederos de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario