El domingo pasado veíamos el tema del agua, a través del encuentro de Jesús con la samaritana, hoy el tema de la Luz, con la curación del ciego de nacimiento, y el domingo que viene veremos el tema de la vida, con el hecho de la resurrección de Lázaro. Como vemos estos símbolos se refieren al bautismo: Agua, Luz y Vida. De hecho la cuaresma era el tiempo en que se preparaban los catecúmenos para recibir el bautismo, y así cambiar verdaderamente de vida.
Si bien nosotros ya recibimos el bautismo hace tiempo, la cuaresma ha de ser también para nosotros un tiempo de conversión, de nacer a algo nuevo, mejorar en la vida de Fe, sobre todos los corazones. Y en eso el evangelio de hoy a través del simbolismo de la luz nos puede ayudar.
-¿Por qué?- Porque nos narra la curación del ciego de nacimiento, con la que ha querido decirnos principalmente dos cosas: Por un lado que ese ciego de nacimiento somos cada uno de nosotros, que también fuimos un día a una fuente - como el ciego que fue a la piscina de Siloe - , nosotros también fuimos a la fuente bautismal, nos lavamos y volvimos con la vista. Y por otra parte el evangelista también quiere indicarnos que la luz que nos dio Cristo en el bautismo es la Fe.
Y en este punto nos surge una duda. Porque la verdad es que nosotros estamos en parte en la luz y en parte todavía en las tinieblas. Hemos recibido la virtud de la fe en el bautismo pero como una semilla que debe crecer. Lo demás debe hacerse completamente entre Dios y nuestra libertad.
Hoy la Fe es representada para nosotros bajo el símbolo de la Luz. La fe entendida no solo como verdades en las que hay que creer sino sobre todo como una elección de vida que se juega en lo concreto de cada día, ahí en las obras concretas tenemos que fijarnos si optamos por Cristo o no, si somos hijos de la luz o hijos de las tinieblas.
Y la Fe es como la Luz; ya que la luz nos revela las cosas, nos da la orientación. Todos estuvimos alguna vez por ejemplo, en una habitación a oscuras sin ver nada, sin saber dónde está la puerta, dónde está la ventana, con miedo a golpearnos por algún obstáculo. Así es la Fe para nosotros. La fe nos da una visión de la vida. Una manera de ver las personas, las cosas y los acontecimientos que suceden.
Tenemos que ser conscientes de que nuestra mirada sobre el mundo, sobre las personas, sobre lo que sucede es una mirada parcial, una mirada limitada, e incluso muchas veces equivocadas. Eso está muy claro en la primera lectura de hoy donde hemos comprobado como la mirada del profeta Samuel y del patriarca Jesé era una mirada equivocada. Dios mismo le dijo a Jesé que no se fijara en las apariencias ni en la estatura de su elegido, porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; El ve el corazón.
En el evangelio, se ve claramente que hay dos clases de ciegos. Al comienzo parece que hay uno solo ciego, pero luego se ve que hay otros muchos. Al primero le faltaba la luz física de los ojos. El pobre ciego tiene una suerte patética: condenado a la oscuridad desde su nacimiento y, encima, maltratado por sus familiares y por los judíos con discusiones sobre su culpabilidad.
A los otros les faltaba la vista interior de la fe. Son ciegos morales, que no ven ni quieren ver ni toleran que otros “vean”. Son los que creen que ven, y se encierran en su postura. Jesús les desenmascara: “si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste”. Y esa clase de ceguera no hay piscina de Siloé que la cure, si no se convierten.
Por tanto, Jesús nos invita a pasar de una mirada superficial a una mirada profunda. A una mirada de Fe.
¿Cómo miramos?, tendría que ser la pregunta para hacernos este domingo. ¿Cómo miramos a los demás, cómo miramos las cosas buenas y las no tan buenas que nos están pasando? ¿Tenemos una mirada de Fe? ¿Miramos como mira Dios? Esa sería la gracia para pedirles a los Sagrados Corazones en este domingo.
¡Que el Buen Dios nos dé su mirada!
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