Hoy concluye un nuevo año en la liturgia de la Iglesia. El próximo domingo ya comenzamos el tiempo del adviento preparándonos para la navidad. Y hoy concluimos con la solemnidad dedicada a Cristo como Rey del universo. Después de haber recorrido el desarrollo de la historia de la salvación a lo largo de todo el año; en este último domingo contemplamos a Cristo que volverá. Por eso hoy escuchamos este evangelio en el que se nos presenta el cuadro del juicio final. En este caso ya no es el Señor que nos habla desde el tiempo de su peregrinación terrenal, sino que es el Jesús glorioso que vendrá al final de los tiempos. Ya no aparece como el Cristo que caminó hace más de 2000 años por Jerusalén y poniendo los cimientos del Reino, sino que en el evangelio que acabamos de escuchar aparece como el Rey. Pero sigue siendo el mismo Jesús que en la última cena se puso a lavar los pies a los discípulos, ya que El no vino a ser servido sino a servir. El reino que Jesús implantó entre nosotros es el reino del servicio. Jesús es un Rey, que paradójicamente domina sirviendo, un Rey que su omnipotencia la usó en perdonar, un Rey que se presenta como pastor.
Y para que nosotros podamos entrar en su reino va a exigir de nosotros la misma actitud. Para entrar en el Reino de los cielos nosotros también tenemos que vivir el reinado del servicio en nuestra vida con nuestros hermanos viendo en ellos al mismo Cristo. Este evangelio es bien claro, Cristo se identifica plenamente con el más necesitado. No es que dice el Señor que cuando atendamos a uno de los necesitados "es como si Yo estuviera allí"; nos dice:"yo estoy allí". ¡Qué fuerte! Aquí no es un relato romántico para mover afectos, sino que está hablando en un sentido real
Esta imagen del Pastoreo y del Reinado, también es para nosotros. La primera pregunta que podríamos hacernos, es ver si realmente el Señor es Rey en mi propio corazón; y segundo, qué clase de Reinado le he impuesto yo a Dios en mi propio corazón. Podríamos preguntarnos si realmente cada uno de nosotros se deja pastorear primero por Dios. Nadie podrá pastorear, si antes no tiene experiencia de ser pastoreado por Dios; nadie curará a nadie, si antes no tiene experiencia de haber sido curado por Dios. Nadie suavizará ninguna herida, si antes nosotros no nos hemos dejado curar las propias por el Señor. Nadie podrá dar consuelo, fuerza, alimento, ánimo; si antes no se dejó cargar en los hombros por este Pastor Rey, por este Rey Pastor; que viene a buscarnos con tanto cariño. Con lo cual, la primera condición para que nosotros pastoreemos bien; es que nosotros seamos ovejas dóciles, ovejas que se dejan cuidar, ovejas que no esconden las heridas, sino que dejan que el Señor las vaya atendiendo. Y segundo, preguntarnos por nuestro propio pastoreo. Si realmente mi pastoreo es salir a encontrar a Cristo en aquellos más necesitados.
…Pero no mañana sino hoy mismo: "Es hoy", dice el Señor, parafraseando el Evangelio; es hoy que tengo hambre; es hoy que estoy sin trabajo; es hoy que me encuentro en la soledad más deprimente; es hoy que estoy enfermo; es hoy que vivo muchas veces sin saber qué hacer; es hoy que necesito un pariente que me visite a la tarde en el geriátrico, o en el psiquiátrico; es hoy que te estoy llamando y necesites que me ayudes; mañana no sé si habrá tiempo: es hoy. No puedo dejar esto para el Juicio Final, sino que hoy es el día propicio. Que la fiesta de Cristo Rey que hoy estamos celebrando nos ayude a volver a ver por dónde pasa el Reino de los Cielos en mi propio corazón.
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