sábado, 12 de noviembre de 2011

“¡NO SEAMOS ENTERRADORES DE GRACIAS…!” (Mt. 25, 14-30)

El evangelio que se proclama en este domingo es un texto que está a continuación del que se oyó el domingo pasado. Se continúa con la idea de la vigilancia ante la llegada del Reino. Si el domingo pasado se mostraba el aspecto festivo de una fiesta de bodas, hoy aparece en primer plano la responsabilidad de trabajar y obtener frutos hasta que venga el Señor.
     La parábola también se refiere a nosotros hoy. Todos hemos recibido bienes en mayor o menor medida. Ante todo tenemos la Iglesia con sus tesoros de gracia, los sacramentos, la Palabra de Dios, los ejemplos de la vida de Jesús y de los Santos... A todo esto debemos añadir las gracias que el Señor concede a cada uno de nosotros al darnos el Espíritu Santo, y lo que llamamos "los carismas". Y no nos olvidemos de los bienes materiales, de las condiciones en las que vivimos, de la capacidad personal para realizar ciertas actividades. Todo esto es un inmenso tesoro que cada uno ha recibido de Dios.
     La parábola nos instruye sobre lo que sucede en el Reino de los Cielos. Así lo dice el Señor al introducirla. En esta etapa, el Reino se debe ir manifestando en la Iglesia, y esto no sucederá en medio de un tranquilo descanso, como pensaban algunos, sino de una afanosa tarea. Se nos dan bienes para que los administremos y los hagamos fructificar. Llegará un momento en que se nos pedirá cuenta de lo que hemos hecho con los bienes recibidos.
     Muchos se sienten conformes con el cumplimiento de los preceptos y con el mantenimiento intachable de las enseñanzas de la Iglesia. De esta manera se sienten seguros como el que enterró el dinero para que nadie lo robara. La parábola tiene que hacernos reflexionar: se nos va a pedir cuenta de los frutos que hemos obtenido. Se nos pedirá cuenta de la forma en que todos estos beneficios han sido utilizados para llegar a realizarnos plenamente como hijos de Dios; se nos pedirá cuenta de la forma en que hemos utilizado todos esos bienes en favor de nuestros hermanos con el fin de que todos los hijos de Dios reciban la parte que les corresponde de los bienes del Padre.
     El que guarda cuidadosamente para poder estar seguro, está guardando para sí mismo algo que le han dado para que lo utilice en favor de los demás. Por eso es un ladrón que merece ser castigado. La parábola dice que el mal administrador fue privado de todo lo que tenía. Pero aquel que los hizo fructificar será invitado a participar de la alegría del banquete celestial para reinar junto con Cristo administrando bienes muchos mayores.
     Nos puede venir bien a nosotros preguntarnos también esto mismo: ¿Qué he hecho yo con mis talentos. A quién hemos contagiado con nuestra fe. A cuántos yo he levantado, he puesto de pie con mi esperanza? O preguntarnos al revés, cuánta gente ha venido a nosotros buscando, quizá no la salvación, ni la gran receta; sino que vino a nuestro encuentro para que le aliviemos el peso de la vida y nosotros no lo hicimos por estar muy ocupados en nuestras cosas.
     Que cada uno de nosotros en este día se anime a reconocer con mucha sinceridad aquellos talentos, que quizá habiendo apostado, o deseando apostar en algún momento, hemos terminado por esconderlos, hemos terminado por enterrarlos. Porque estamos a tiempo todavía. Si hoy leemos este Evangelio, no es para sentir el hacha del Señor en la cabeza, sino es una llamada de atención
     Que no hagamos de nuestra vida un cementerio de los regalos de Dios, sino que ojalá Dios nos encuentre al final de la vida con las manos llenas de frutos, que no quedan sólo entre las manos, sino que a medida que van pasando por nuestras manos, van siendo entregados a los demás. 

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