sábado, 9 de julio de 2011

DE SEMBRADOR A SEMBRADORES… (Mt 13, 1-23)


Hoy Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, se nos presenta como un sembrador que en su oficio de transmisor de la Palabra, compartió esta realidad tan humana del esfuerzo cotidiano, de la desazón de ver la desproporción entre lo que se dio y la mezquindad de los frutos. Habrá tenido seguramente muchas veces la sensación del derroche. Y también la alegría profunda de lo que fructificó. Y Jesús el sembrador por excelencia supo llevar al término su misión no sin dificultades. Visto desde nosotros hoy, ante los muchos casos de fracaso en la tarea de evangelización, no podemos caer en la tentación de dudar de la fuerza interna que pueda tener la Palabra misma. Como dice Isaías, siempre produce algún fruto, no vuelve a Dios vacía.
Pero sí podemos detenernos a pensar si el defecto puede estar en los sembradores de hoy, o en su “falta de puntería” al no arrojar la semilla en el campo, o sencillamente en la ausencia de sembradores. Es una palabra de ánimo para los diversos “sembradores” que también ahora hacen falta para dar a conocer el plan salvador de Dios: los misioneros, los predicadores, los catequistas, los padres cristianos, los maestros que quieren educar también en la fe…
No siempre producirá efecto nuestro esfuerzo. Como tampoco fueron sólo éxitos los que cosechó el mismo Jesús, o el infatigable Pablo. Pero, sean cuales sean los resultados inmediatos, tenemos que ser generosos en la tarea de evangelización y sembrar con ilusión a diestro y siniestro, comunicar a cuantos podamos la Palabra salvadora de Dios. Ella es la que producirá fruto. El sembrador, cruza los campos esparciendo la semilla. Lo hace en la esperanza de que el mañana multiplique lo que hoy desparrama. De su parte lo dio todo, aró la tierra y la sembró. Ahora las cosas están en manos de Dios. Dentro de algunos meses contemplará entre risas y festejo el campo lleno de frutos, o quizá se secara a escondidas las lagrimas y pensará: “Dios quiera que el año que viene sea mejor”.
 El sembrador no siempre es el que cosecha a corto plazo. Una persona puede recibir la semilla del evangelio en un retiro, en la experiencia de una visita de un misionero en su casa, en la peregrinación a un santuario, en el coloquio con una persona creyente. Es la semilla. Si somos sembradores, tenemos que favorecer la existencia de este contacto. Debemos procurar que no caiga entre espinos o entre piedras o en el camino, sino en tierra buena. Dios será quien riegue y haga crecer esa semilla, hasta producir fruto. Lo que nos toca a nosotros es sembrar con ilusión, aunque no veamos resultados. Es Dios quien salva, y su Palabra, nos dice Jesús, es eficaz.

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