Las Lecturas de este día nos pueden ayudar a hacer una reflexión sobre nuestra condición de cristianos, sobre nuestra condición de testigos. Dejamos ya atrás el misterio de la navidad, y comenzamos el tiempo ordinario, donde no celebramos un aspecto concreto de la vida de Cristo sino su persona y su misterio global (por eso el sacerdote vuelve a usar la vestidura de color verde). Y hoy la liturgia nos propone que pensemos en nuestra condición de cristianos.
En la primera lectura Isaías anuncia al futuro Mesías, salvador del pueblo. En la segunda vemos a San Pablo como predicó y escribió incansablemente sobre Jesús a todo el mundo conocido. Y en el Evangelio de San Juan para este domingo vemos como Juan el Bautista señala a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es algo bueno para nuestra reflexión y nuestra experiencia cristiana ver lo que Dios ha hecho en la historia. Pero también nos hace mucho bien ver cómo esos criterios de Dios que contemplamos en la historia, también se actualizan, se realizan en nosotros hoy día.
En aquel entonces fue esa indicación de Juan el Bautista: “Ahí va el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y hoy también deberíamos decirlo de cada cristiano que muestra el Evangelio, que lo vive, que se hace testigo de ese Evangelio. ¿Se podría decir también de nosotros: “este es el evangelio que quita el pecado del mundo”? No el Evangelio de letra muerta, sino el Evangelio vivido en cada uno de nosotros. El Evangelio que se hace compromiso, que se hace carne, que se encarna, como el Hijo de Dios se encarnó y vivió entre nosotros.
Estamos viviendo momentos muy importantes, en la historia de la Iglesia y también en la historia de nuestro mundo. Y la Iglesia tiene que salir al paso de estos grandes desafíos que estamos viviendo. Tanto en la cultura, en la educación de la fe, en la vida familiar, en la vida general y política hay grandes transformaciones y grandes desafíos, y grandes injusticias también.
¿Qué dice la Iglesia a todo esto? Ya que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo que vive en la historia, es Cristo mismo que quiere seguir presente como el cordero de Dios que sana, que quita el pecado del mundo. Justamente el Concilio Vaticano II nos habla de cómo Dios sigue hablando a través de la historia, a través de los hombres, como Dios sigue hablando a través de los acontecimientos de la historia. Y nos da una lectura -muy buena- acerca de como los cristianos tenemos que vivir el tiempo presente. Habla de los signos de los tiempos e interpreta que los signos de los tiempos son esas expresiones que manifiestan las necesidades de las personas, de las comunidades; el hambre y la sed que tienen las comunidades de vivir en paz, de vivir la verdad, de vivir la unidad… Como diciendo: “el mundo está gastado, está de vuelta de todo tipo de intolerancia, de guerra, de pesimismo, de falta de amor…, de egoísmo en todas sus manifestaciones”. Las personas, las comunidades, los pueblos tienen sed de progreso, de vida, de dignidad.
A los cristianos nos toca entonces interpretar, leer… Hacer una lectura espiritual de nuestra historia, una lectura personal también de nuestra propia vida familiar, para poder recomenzar desde Cristo una historia totalmente nueva.
Esta Eucaristía que vamos a recibir hoy, nos ayude a todos a ser sensibles a esa otra liturgia que hay que vivir en la familia y en todos los ámbitos en que nos movemos. A la misa la vamos a comprender cada vez más si aprendemos en nuestra vida, a hacer de nuestra vida un ofertorio. ¿Enseñan los padres de familia hoy día a hacer el ofrecimiento de obra a sus hijos…? ¿Salimos nosotros a trabajar todas las mañanas ofreciendo a Dios todo lo que nos pase…, todos nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones…? Qué fácil es quejarse y maldecir la comunidad. Todos denuncian… Es una parte, que nos ha enseñado la condición humana… Pero la condición cristiana de nuestra existencia, también nos enseña a anunciar. Y anunciar es mucho más difícil. ¿Por qué? Porque yo puedo estar denunciando una injusticia, y eso lo tengo que hacer; pero lo importante es que yo encienda una luz…Diga “aquí estoy…” Y aunque parezca que estoy remando contra la corriente, o quiero trasladar el Aconcagua con una cucharita, yo sé que mi fe junto a la fe de muchos hermanos míos puede dar mucho. Ojalá que la Esperanza nos aliente, nos empuje a estas transacciones en este año. En la familia, en la vida comunitaria, que el Señor ponga a prueba toda nuestra creatividad para hacer felices a los demás.
En este año 2011 que ya se ha abierto, preguntémonos: ¿qué hice por Cristo…, qué estoy haciendo hoy por Cristo… y qué debo a hacer por Cristo en este 2011…? ¿Cómo voy a anunciarlo, a decirlo a los demás que Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo? Que el Señor nos conceda esta gracia.
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