Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles… Ese entonces se convierte en un ahora; ahora y aquí nos acercamos a Jesús para escucharlo. Y su palabra de hoy comienza así: Dichosos los pobres en espíritu. Es la primera de las bienaventuranzas porque en cierto sentido, allí están contenidas todas las demás.
El evangelio de hoy nos ofrece una opción, un estilo de vida. Una opción que es muy sencilla, muy clarita. Al menos para entenderla con la cabeza, pero la dificultad está cuando hay que vivirla.
El desafío y la opción es en donde ponemos nosotros la confianza. Si nuestra confianza está puesta en nosotros mismos o en nuestras cosas materiales, o si está puesta en el Señor…
Cuántas veces en los momentos difíciles uno se da cuenta de cuántas cosas ha estado atado durante mucho tiempo. Es en esos momentos difíciles, de prueba, que uno dice: “…realmente yo, en qué creí…”
Cuando nuestro corazón se arraiga y pone su confianza en Dios, entonces, no deja nunca de ser fecundo. Ni siquiera en los momentos en que quizá se pase por tiempos de mucha sequía. Se sigue dando frutos porque el corazón está arraigado y ha puesto su confianza en el Señor. Tiene reservas, frente a la prueba, no es que no se sufre, se sufre pero no se achica, no se destruye. Saca reservas de donde a veces creemos que no hay. Reservas de fe, oración, confianza, solidaridad, capacidad de consuelo a los demás.
En cambio cuando un corazón no sabe de confianza en Dios y ha puesto toda su confianza en las cosas que se nos van de las manos, no hay donde ir a buscar agua ahí adentro porque se ha vivido demasiado en la superficie.
Ser rico no es malo, nunca lo ha sido… Pero es peligroso… Porque uno puede poner el corazón en la seguridad que le da lo que tiene. Entonces, ese ámbito del corazón que se aferró a la chequera, …a la tarjetita, …a saber que el mes que viene no nos va a faltar lo que tenemos hoy, …el viaje, …el auto… Todas cosas en si mismas buenas, pero que nos pueden quitar ámbitos de confianza en Dios.
¿Cuál es la gracia del pobre? Es saber que como no lo tiene, tiene que depender necesariamente de Dios. Y entonces experimenta una gracia de dependencia, que solamente el que la vive la entiende. La pobreza se sufre, pero junto a ella hay una gracia adherida de confianza en Dios, que realmente es envidiable.
Que frente al evangelio de hoy nos preguntamos con sinceridad: ¿Dónde vamos a echar las raíces del propio corazón…? ¿En qué tenemos puestas las seguridades del propio corazón…?
Y que nos ayude el Señor a ir despojándolo. Es muy difícil el quitar todo de golpe, casi imposible. Dios no lo pide así. Sería como una especie de exceso de Dios. Y Dios es paciente.
Nos pide que vayamos como tomándonos tiempo y discerniendo, frente a Él, qué es lo que está de más. No es tirar todo por la ventana, ni tampoco es la justificación de decir “la cosa va por otro lado, es espiritual”. Sino que es ponerse frente a Dios y en la oración discernir. Porque la idolatría y la seguridad en sí mismo, hacen muchas veces que nuestro corazón se vuelva miope, ya que estamos tan rodeados de cosas que hay que andarlas cuidando. Vivimos teniendo y las vivimos defendiendo. Quizá legítimamente. Pero vivimos pendientes de nuestras cositas, y a veces se nos han ido de las manos: Dios, …la felicidad, …los hijos, …la vida de familia, …las amistades, porque quedamos cuidando ¿qué? Cenizas. Y cuando termina la vida, decimos: “Aposté” Aposté en una vida de esfuerzo simplemente para cuidar… cenizas… Y aquello más fundamental, donde Dios se manifestó, que es el amor y la fe, lo tiramos. “No tuve tiempo, ni para Dios, ni para el amor…” ¡Qué terrible…! ¡Y qué frecuente…!
Ojalá nos demos cuenta a tiempo de que todavía estamos a tiempo de poder aferrarnos a la fe y al amor. Que es mucho más importante el amor y el tiempo perdido con los hijos, que el negocio de la semana que viene que va a significar tres noches sin dormir, y que quizá sería bueno alguna de esas noches perder diez minutos con el hijo que está en conflicto. Y que es más valioso estar bien con él que con nuestros negocios. No nos trampeemos… No seamos esclavos de nuestras cositas.
Ser cristiano no consiste en vivir otra vida, sino en tratar de vivir de otra manera la vida de cada día.
Que los Sagrados Corazones de Jesús y María, nos ayuden a vivir las bienaventuranzas, que ellos nos ayuden a revisar en qué o en quién tenemos nosotros puesta nuestra confianza en esta vida, para poder vivir este camino de felicidad que Jesús nos propone.