Esta reflexión sobre la exclusión nace de unas experiencias vividas estas últimas semanas y que me chirrían. Haré el esfuerzo de no caer en la casuística aun sabiendo que esta meditación surge de hecho concreto.
Tendencia a la exclusión
En nosotros hay dos tendencias: una sana, al propio perfeccionamiento, y otra, malsana, a encerrarse en sí mismo y a erigirse como la norma que todos deben reverenciar. De allí, la tentación a excluir al que no es del propio círculo, por la razón que fuere: temor a lo desconocido, a iniciar un verdadero diálogo, a compartir lo que se tiene, a recibir los dones del otro, a desear su bien, a gozar con el triunfo ajeno, etc. De allí, el egoísmo, que puede alcanzar innumerables grados patológicos: desde el fanfarroncito de la barra de la esquina, hasta el dictador de una nación.
La exclusión en la Iglesia
La tendencia a la exclusión se da en todos los ámbitos de la vida: desde el familiar hasta el internacional. La Biblia nos dicen que esta tentación se da también en el ámbito religioso. Juan, el discípulo de Jesús, no quería que actuase en el Nombre de Jesús uno que no era del grupo de los discípulos (Mc 9,38).
Y como nada de lo que está en el Evangelio es una simple anécdota de ayer, sino anuncio de salvación para nosotros hoy: conviene que examinemos cómo son las relaciones en nuestra “iglesia doméstica”, en la familia. Allí es fácil observar si son relaciones de aceptación y de servicio al otro, o de exclusión del otro. Y encaminarlas correctamente mediante una adecuada educación.
La misma observación podemos hacer en nuestra comunidad parroquial o religiosa. Una pregunta que no podemos omitir. De la mutua aceptación de las personas y grupos que integran una comunidad cristiana (parroquial, religiosa…) depende su espíritu misionero y su capacidad de acoger a los demás como a hermanos. ¿Cómo podría ser misionero un espíritu excluyente? La enseñanza de Jesús es clarito: “No se lo impidan… El que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,40).
La exclusión en la sociedad
En la sociedad occidental, las tradiciones eran netamente católicas. Se podían contar con los dedos las gentes que no pertenecían a nuestra Iglesia, y por lo tanto, como eran minoría y como era común el sentir que fuera de la Iglesia no hay salvación, nos dábamos el lujo de ignorarlas e incluso de despreciarlas. Pero hoy las cosas han cambiado y cada vez es más frecuente que en un aula de clases el católico tenga que sentarse junto a un ateo o junto a un agnóstico o alguien que pertenece a otra religión (cristiana o no). Y lo mismo que sucede en las aulas, sucede en la fábrica, o en el gimnasio, en el mundo de los espectáculos y en la política.
¿Cuál tendrá que ser la actitud de los católicos ante un mundo cambiante y que diversifica su modo de creer? ¿Los católicos tendrían que vivir replegados cuando en otros ambientes se lanzan iniciativas en pro de la justicia, de la paz y de la libertad y de una vida digna para todos? ¿O incluso tendrán que vivir enfurruñados porque iniciativas en pro de la mujer o de la vida en el seno materno, o sobre la licitud o ilicitud de las investigaciones con células germinales en los laboratorios, o sobre la defensa de la vida de los enfermos terminales no proceden de fuentes católicas?
Es tan antigua como la humanidad la actitud de ver sólo por los derechos del propio grupo excluyendo a los están fuera de él. ¿No será que al defender los derechos de Dios y pretender hablar en su nombre, lo único que hacemos es empequeñecerlo y ridiculizarlo? Jesús hoy como ayer nos advierte de no caer a la tentación tan humana de querer ser un “monopolio”.
En este blog encontrarás mis reflexiones sobre la sociedad y mis experiencias cotidianas.
martes, 2 de noviembre de 2010
LA EXCLUSION: AMBIGUA REALIDAD
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