domingo, 21 de noviembre de 2010

SOLEDAD Y AMOR EN LAS FAMILIAS.


Con frecuencia se escucha esta frase: "Estoy solo porque nadie me quiere".
Si alguien al sentirse solo, se pregunta ¿cuántos me quieren? Probablemente nunca saldrán de su soledad. Para vencerla hay que hacerse otra pregunta: ¿A cuántas personas quiero yo?. Por ahí, comenzando a amar a los otros, en lugar de angustiarse mendigando ser queridos se puede tener una terapia que le aqueja.
No pretendo decir que todos los solitarios son egoístas. Ni que se hayan ganado toda su soledad. La sucia ingratitud de algunos es realidad, no es una invención. Hay soledades inmerecidas pero, si en una familia, alguien se obsesiona en que “quiere ser querido”, y se olvida de “querer”, las posibilidades de sus sentimientos de soledad se multiplican.
El corazón no se llena cuando uno es querido, sino cuando hay mucho amor para repartir. Solo el magnánimo reparte amor y transforma vidas, inclusive la suya.
Habría que preguntarse cuál es el vacío en la familia que ha permitido que, algunos en ese nido, sufran el frío de la soledad. El secreto está en descubrir de donde viene ese vacío.
Lo común es que nos sintamos solitarios cuando, ya antes, hemos comenzado a estar vacíos.
Repito, con esto no ignoro la ingratitud humana. La adolescencia es un período de la vida donde la gratitud es menos visible. El adolescente para reafirmar su personalidad, tiende a infravalorar las ayudas recibidas. Muchos luchan por esto, muchos padres lloran más de lo que ríen durante esta etapa de sus hijos. Pero luego, si el amor perdura, si uno se ha obligado libremente a querer, se acaba por reconocer y devolver lo recibido.
Lo triste consiste cuando alguien ha crecido en años y repite las letras del mismo canto. Recuerdo la curación de los diez leprosos por Jesús, donde sólo uno volvió a agradecerle. Y Jesús se alegró por ese solo.
Una familia que ama termina por recoger amor. Tal vez no sea un amor sonoro, pero sirve abundantemente para sacar a alguien de su soledad.
Los que aman recogen amor a la larga o a la corta.



martes, 16 de noviembre de 2010

ABUELOS DE SUS PROPIOS HIJOS

    Continuemos nuestra reflexión sobre la familia una semana después la consagración de la Sagrada Familia, por el Papa Benedicto XVI, acto más relevante de su visita.  
  Hay muchos hijos que no creen en sus padres. Muchos padres que tampoco tienen el coraje de serlo. Dios es un padre seguro, pero muchas familias se han salido de “madre”, porque existe un gran “despadre”. El clamor de los hijos es por los “padres perdidos”; lloran por una referencia firme y segura para orientar sus vidas.
Hay padres que, en realidad, son abuelos de sus propios hijos.
Esta afirmación tiene sus excepciones, claro. Y son honrosas excepciones, pero creo, al final, es una afirmación válida. No basta tener hijos que no sufran malas experiencias de sus padres, sino que es necesario que no estén ausentes. Nadie crea felicidad en ausencia.
Hay un Sacerdote amigo argentino que nos contaba que cuando era capellán en un orfanato de niñas le resultaba muy difícil hablar de la paternidad de Dios. Aún cuando la buena madre superiora de aquel Hogar le advirtió sobre las experiencias adversas de aquellas niñas sobre la paternidad, en ocasión de explicarles el Padre Nuestro. Y creo que no todas habían tenido malas experiencias, algunas simplemente no habían tenido ninguna.
    
Ser libres no es carecer de brújulas. La familia se mantiene segura cuando los padres se mantienen en tierra firme. El autoritarismo conduce pero no educa. Sólo las convicciones enseñan. El hombre no es un barrilete sin cola; necesita raíz segura. Hay tres cosas que los padres no podrán dejar de preguntarse siempre sobre sus hijos: ¿Dónde están? ¿Con quién están? ¿Cómo están?

Si el egoísmo hizo estampida en el corazón de los padres, seguro que el cuidado de los hijos ha salido de su justo medio.
Algunos recordarán la vieja película Kramer contra Kramer Hay una frase clave que demuestra la causa del desborde. Cuando la madre, que ha abandonado la casa familiar y los suyos, quiere explicar por qué lo hizo dice que estaba cansada de  “ser de alguien”. Siempre había sido “hija de”, “esposa de”, “madre de”; “¡Quería ser yo por primera vez!”.
La Señora Kramer no llegó a descubrir lo liberador que es ser “hija de”, “esposa de”, “madre de”. La solución no consiste en reprochar dependencias, sino conseguir que no sean esclavizantes. Y eso sólo se consigue si se ama lo que tiene ¿Son acaso más libres las islas que los continentes por tener independencia de éstos?
Es hermoso encontrar a los miembros de una familia que sienten, por separado, la liberación de permanecer juntos por amor.

“¿Cuántos tiros deberá disparar todavía un cañón, antes de callarse para siempre?
¿Cuántos años podrá resistir un pueblo antes de ser un pueblo libre?
¿Cuántas veces deberá un hombre dar vuelta la cabeza para hacer como que no ve?”.
El verdadero nombre del autor de esta canción es Robert Zimmerman.
En muchas familias, dar la vuelta la cara para fingir que nada ve, es una práctica constante. Lo recordaba el mismo Jesús en la parábola del buen samaritano cuando el sacerdote y el levita se cruzaban de vereda (Lc. 10.31-32). Parece que alguna vez, hasta Pier  Paolo Pasolini, escribía:
     “Pecar no significa hacer el mal,
     no hacer el bien, eso es pecado”.
 El pecado de omisión en las familias es nefasto.

domingo, 7 de noviembre de 2010

¿ES EL DESTINO?


     Siguimos meditando sobre la familia:
Hay una historia que cuenta un momento en la vida de un general de ejército japonés, en la Segunda Guerra mundial.
     El general se enfrentaba con un ejército muy superior al suyo. Ni él ni sus soldados confiaban en la victoria. A su vez sus tropas estaban compuestas de hombres muy fatalistas, y estaban seguras de que la derrota frente a la enemigo sería aplastante. El militar antes de entrar en combate, llevó a sus soldados a un santuario sintoísta, y así les habló:
  - Antes de luchar, rezaremos a nuestros dioses, y después lanzaremos una moneda al aire. Ellos nos dirán si tendremos victoria o derrota. Si sale cruz retrocederemos; si sale cara, el sol brillará sobre nuestros rostros.
Lanzó la moneda al aire y salió cara y los soldados se llenaron de tal coraje que aún siendo inferiores en número consiguieron una espectacular victoria.
A la mañana siguiente, uno de los subalternos del general recordando la hazaña exclamó:
  - Es cierto, nadie puede cambiar el rostro del destino.
A lo que el general respondió:
  - Así es, mientras le mostraba a su ayudante una moneda falsa que tenía, ¡cara por ambos lados ¡.

     El destino es una moneda que, para el que lucha, tiene dos caras, y para el que se cansa de luchar tiene cruz en ambos lados.
      Si ante las vicisitudes que toda familia tiene para seguir luchando, se las enfrenta con la idea de que va a ser derrotado, lo será con certeza. Y los que están decididos a seguir construyendo, tarde o temprano edifican.
No es el destino el que rige la victoria o derrota de la vida familiar. El secreto está únicamente en morir luchando.


jueves, 4 de noviembre de 2010

UNA “BUENA NUEVA” PARA TODOS

No es infrecuente escuchar hablar que los católicos nos referimos casi siempre a una pareja ideal de matrimonio, fundadora de la familia, que hacemos referencia a familia sin “grandes” problemas, donde todo se desarrolla bajo un cielo azul intenso. La imagen de la familia es llevada a su plenitud.-¿Pero qué pasa con las demás que están lejos de este ideal?-
¡Son tantos los matrimonios que atraviesan tormentas o hacen naufragios! Muchas familias son monoparentales, otras están separadas, otros con familias con proles paralelas, otros juntos y llenos de soledad, y qué decir de los matrimonios golpeados por la esterilidad o probados por hijos enfermos. O llorando una muerte. La pregunta surge a flor de labios ¿Será que Dios los ha abandonado? ¿Existirá una palabra que sirva para todos?

Lo primero es afirmar con todo el énfasis posible: el amor no podrá jamás practicarse si el precio a pagar no es la verdad, así como la verdad no podrá ser anunciada sino por un corazón que ama de verdad.
Existe una “buena nueva” para todas las familias, para las ideales, para las monoparentales, para las que sufren, para las que se mantienen con el esfuerzo, para las que perduran. Hay “Buena nueva” para todos porque Jesucristo no dejó a nadie afuera. Su Redención supuso una presencia de todos sin exclusión.

¿LA FAMILIA HOY?

A la ocasión de la visita de Benedicto XVI, El arzobispado de Barcelona ha preparado siete catequesis sobre recogidas en un librito. El librito concluye con una catequesis sobre el significado de la Sagrada Familia como templo para reunir a la comunidad en la liturgia de alabanza y otra sobre la actualidad de la familia de Nazaret como modelo para las familias, la Iglesia y la sociedad. Es un materia que se ha de aprovechar. Allí haré unas serias de reflexiones sobre la familia ya que es un tema no solo actual por la consagración de La Sagrada Familia sino por su importancia en nuestra sociedad occidental.

Dios nos ha creado para que seamos felices todos juntos, marido y mujer, con los hijos, los nietos, los abuelos y los tíos. La familia ha sido el sueño de Dios para que los hombres pudieran tener la experiencia de la vivencia del cielo, entonces ¿cómo es posible que tantas familias vivan en el sufrimiento? ¿De dónde viene ese sufrimiento? ¿De quién o de quienes es la culpa? ¿Qué explicación tiene la desunión? ¿ El amor es una llaga?.- Y, en fin, ¿existen palabras adecuadas para sacar a las familias de las sombras?

No tengo la pretensión de dar una respuesta o receta a estas cuestiones, pero intentaré justo de rumiar y abordarlas en los próximos días.

martes, 2 de noviembre de 2010

LA EXCLUSION: AMBIGUA REALIDAD


Esta reflexión sobre la exclusión nace de unas experiencias vividas estas últimas semanas y que me chirrían. Haré el esfuerzo de no caer en la casuística aun sabiendo que esta meditación surge de hecho concreto.

Tendencia a la exclusión
En nosotros hay dos tendencias: una sana, al propio perfeccionamiento, y otra, malsana, a encerrarse en sí mismo y a erigirse como la norma que todos deben reverenciar. De allí, la tentación a excluir al que no es del propio círculo, por la razón que fuere: temor a lo desconocido, a iniciar un verdadero diálogo, a compartir lo que se tiene, a recibir los dones del otro, a desear su bien, a gozar con el triunfo ajeno, etc. De allí, el egoísmo, que puede alcanzar innumerables grados patológicos: desde el fanfarroncito de la barra de la esquina, hasta el dictador de una nación.

La exclusión en la Iglesia

La tendencia a la exclusión se da en todos los ámbitos de la vida: desde el familiar hasta el internacional. La Biblia nos dicen que esta tentación se da también en el ámbito religioso. Juan, el discípulo de Jesús, no quería que actuase en el Nombre de Jesús uno que no era del grupo de los discípulos (Mc 9,38).
Y como nada de lo que está en el Evangelio es una simple anécdota de ayer, sino anuncio de salvación para nosotros hoy: conviene que examinemos cómo son las relaciones en nuestra “iglesia doméstica”, en la familia. Allí es fácil observar si son relaciones de aceptación y de servicio al otro, o de exclusión del otro. Y encaminarlas correctamente mediante una adecuada educación.
La misma observación podemos hacer en nuestra comunidad parroquial o religiosa. Una pregunta que no podemos omitir. De la mutua aceptación de las personas y grupos que integran una comunidad cristiana (parroquial, religiosa…) depende su espíritu misionero y su capacidad de acoger a los demás como a hermanos. ¿Cómo podría ser misionero un espíritu excluyente? La enseñanza de Jesús es clarito: “No se lo impidan… El que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,40).

La exclusión en la sociedad

En la sociedad occidental, las tradiciones eran netamente católicas. Se podían contar con los dedos las gentes que no pertenecían a nuestra Iglesia, y por lo tanto, como eran minoría y como era común el sentir que fuera de la Iglesia no hay salvación, nos dábamos el lujo de ignorarlas e incluso de despreciarlas. Pero hoy las cosas han cambiado y cada vez es más frecuente que en un aula de clases el católico tenga que sentarse junto a un ateo o junto a un agnóstico o alguien que pertenece a otra religión (cristiana o no). Y lo mismo que sucede en las aulas, sucede en la fábrica, o en el gimnasio, en el mundo de los espectáculos y en la política.
¿Cuál tendrá que ser la actitud de los católicos ante un mundo cambiante y que diversifica su modo de creer? ¿Los católicos tendrían que vivir replegados cuando en otros ambientes se lanzan iniciativas en pro de la justicia, de la paz y de la libertad y de una vida digna para todos? ¿O incluso tendrán que vivir enfurruñados porque iniciativas en pro de la mujer o de la vida en el seno materno, o sobre la licitud o ilicitud de las investigaciones con células germinales en los laboratorios, o sobre la defensa de la vida de los enfermos terminales no proceden de fuentes católicas?

Es tan antigua como la humanidad la actitud de ver sólo por los derechos del propio grupo excluyendo a los están fuera de él. ¿No será que al defender los derechos de Dios y pretender hablar en su nombre, lo único que hacemos es empequeñecerlo y ridiculizarlo? Jesús hoy como ayer nos advierte de no caer a la tentación tan humana de querer ser un “monopolio”.