Hoy volvemos a celebrar esta fiesta del Corpus Christi, para que volvamos a descubrir la importancia de lo que hacemos cada domingo: la Eucaristía
Y estas palabras de Jesús hoy se entienden solamente cuando se tiene conocimiento y experiencia de lo que es recibir la Eucaristía. Al participar de este sacramento recibimos un pan que es verdaderamente carne y sangre de Cristo viviente.
Entre tantas cosas sorprendentes que tiene esta enseñanza de Jesús, nos llama la atención que diga que los que reciben su carne y su sangre tienen ya ahora la vida eterna. La vida eterna no es solamente promesa para el futuro. Y ya se ha dicho que vida eterna es participar de la vida que es propia de Dios. A los que comulgan se les ofrece ya desde ahora esa vida que viniendo del Padre está en Cristo, y por lo tanto es un comienzo de la felicidad plena que se da en el cielo. El Pan de la Eucaristía comunica el amor de Dios, para que los creyentes que lo reciben sean capaces de dar la vida por los hermanos y hermanas, como lo hizo el mismo Jesús.
Todos los que comulgamos nos unimos en un solo cuerpo con Jesús para poder vivir y amar como Él vive y ama. Lejos de encerrarnos en nosotros mismos, la comunión tiene que abrirnos para amar la vida y amar cada vez más a Dios y a nuestros hermanos y hermanas. Amar de esa manera, hasta el heroísmo, puede parecer algo tan imposible como vivir ya en la felicidad del cielo a pesar de todas las tristezas y dolores que nos rodean. Pero toda esta incapacidad humana queda superada cuando oímos que Jesús no nos ofrece alimentos de este mundo, ni siquiera un pan milagroso como el maná, sino el Pan verdadero que es su mismo cuerpo viviente, pleno de la vida de Dios.
La vida de los santos, el ejemplo de los mártires, e incluso nuestra propia experiencia cuando nos alimentamos frecuentemente con la Sagrada Comunión, nos hacen ver cómo la débil creatura humana puede llegar a superarse a sí misma hasta realizar lo que para los hombres es imposible: vencer el pecado para vivir en la santidad, destruir el egoísmo para entregarse generosamente a practicar el amor a los demás, vivir intensamente la alegría de la unión con Dios hasta el punto de no perder esta alegría ni siquiera en medio de los tormentos más crueles. Y si esta es la fuerza que nos comunica en este mundo el Pan verdadero, podemos estar seguros de que con ese Pan también estamos recibiendo la vida que dura para siempre. Y la Eucaristía, celebrada en la Misa y prolongada en los momentos personales de adoración frente al sagrario, tiene que ser el motor de nuestra actividad cristiana en el mundo de hoy.