jueves, 24 de marzo de 2011

III DOMINGO DE CUARESMA: ¿NUESTRA SED? ( Jn 4, 5-42 )


Nos podemos ver fácilmente reflejados en la historia del pueblo de Israel y en la situación personal de la samaritana.
El pueblo de Israel estaba cansado y sediento. Ya el entusiasmo primero al salir de Egipto y los proyectos optimistas sobre la tierra prometida quedan lejos. Ahora se dan cuenta de que entre Egipto y la tierra prometida está el desierto, lleno de fatigas y peligros y sequía.
También la mujer sedienta que acude al pozo es una imagen patética, representativa de la situación de la humanidad. Tiene sed, y no sólo de agua, sino de felicidad: la está buscando y no está satisfecha. Ya ha tenido cinco maridos. Es buena imagen de una humanidad que busca, que tiene sed, que no sabe bien a qué pozos acudirá por agua, que se hace preguntas profundas y no encuentra soluciones satisfactorias. En ambos casos Dios les da agua para su sed.
En nuestra vida personal también hay momentos en que tenemos sed y sufrimos de los inconvenientes del desierto. Como a Israel, Dios nos da también el agua que puede saciar esa sed, si queremos. Y podremos decir, sin interrogantes estériles, sino con convicción: “el Señor está en medio de nosotros”.
Cristo nos alcanza, no sólo en el templo, sino en la vida misma, allí, junto al pozo, donde sentimos la sed y buscamos sentido para nuestra vida. La samaritana es un símbolo de tantas personas en búsqueda. Y también a nosotros nos dice Cristo: “el que beba del agua que yo le daré…”.
Muchos tenemos sed: sed de paz, sed de verdad, sed de libertad. Todos tenemos sed de felicidad, de amor, de vida. Es bueno que sintamos sed. Lo que está pasando en los últimos meses al Norte de África, aunque sea muy doloroso nos han de cuestionar. Sería una pena que no sintiéramos sed de nada. Entonces no andaríamos en búsqueda: el que no tiene sed, no busca fuentes de vida, el que lo sabe todo no pregunta, el que se cree un santo, no pide perdón, el que se siente rico, no pide nada. El que tiene todo eso, ¿para qué necesita la Pascua y la salvación? Que encontremos en las entrañas de Jesús, el agua que calmará nuestra sed, y que este Eucaristía nos ayude para eso.   

jueves, 17 de marzo de 2011

II DOMINGO DE CUARESMA: UNA EXPERIENCIA CUMBRE...(Mt 17, 1-9)

     Los tres apóstoles que Jesús llevó consigo al monte tuvieron la fuerte experiencia de una teofanía, de una manifestación misteriosa de Dios, con la voz del Padre: “este es mi Hijo, el Escogido: escuchadlo”. Con la presencia testimonial de dos representantes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, Jesús aparece como el cumplimiento de las antiguas promesas, y la voz de Dios le proclama como Hijo suyo, y además, como su Palabra y como el Maestro que él envía a la humanidad: “escuchadle”.
     En la teofanía que había sucedido el día del Bautismo de Jesús en el Jordán, donde se oyen palabras muy semejantes, no se añadía el final: “escuchadle”. Aquí, sí. Jesús es el Maestro auténtico que nos ha enviado Dios. Este es el Jesús en quien nosotros creemos, a quien escuchamos en cada Eucaristía y a quien intentamos seguir en nuestra vida. Vamos por buen camino. Jesús es el Hijo de Dios y el Maestro y la Palabra definitiva que Dios dirige a la humanidad.
     Hoy somos invitados a remotivar y refrescar nuestra condición de discípulos: tenemos que “escuchar” más a Jesús. En Cuaresma y a lo largo del año, domingo tras domingo -día tras día- acudimos a la escuela de este Maestro y él nos va enseñando, con su ejemplo y con su palabra, el camino de la salvación y de la vida.
      Como a Pedro, pudo ocurrirnos que, en vez de captar el signo icónico que remite a un siempre “algo más”, a un Dios “siempre mayor”, también nosotros hayamos buscado proponer la construcción de tres tiendas. Si bien la voz de la nube nos indicaba el “todavía no”, que contrapone la esperanza a la presunción de un “ya”, no siempre nos ha resultado fácil bajar “agradecidos” de la montaña y reemprender, sin desesperanza, el arduo camino estrecho y cotidiano.
     Es significativo recordar que antiguamente, en Oriente, el monje-iconógrafo estrenaba su ministerio precisamente con el icono de la Transfiguración del Señor. Pintor de la belleza y mensajero de la presencia luminosa que irradia la imagen, tenía primero que contemplarla interiormente, dejarse transfigurar por la presencia gloriosa del Señor, trascender el sentido y dejarse habitar por el Espíritu.
     También para nosotros haber vivido en estas experiencias cumbre, de forma anticipada, la belleza y el gozo de una humanidad plena, redimida, nos capacita como mensajeros e “iconógrafos” de la belleza de la Humanidad. Pero será necesario ser transparentes, “dejar pasar la luz” sin aprisionarla o ahogarla posesivamente. Hay que bajar del Monte “ligeros de equipaje”, reemprender la misión apostólica, reencontrarnos con las miserias de nuestro mundo (que son las nuestras), tocar amorosa y sanadoramente sus heridas con el anuncio de la salvación.
     ¡Que los Sagrados Corazones de Jesús y María, foco de nuestra caridad, nos conceda este celo!

viernes, 11 de marzo de 2011

I DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DE JESÚS Y LAS NUESTRAS… (Mt4, 1-11)

Ahora que estamos en la cuaresma, en estos cuarenta días en los que nos preparamos para celebrar la Pascua. La palabra de Dios de este Domingo se puede leer como una invitación a ir con Jesús al desierto: a entrar dentro de nosotros mismos (en nuestro corazón), a luchar contra las tentaciones y a encontrarnos con Dios. Para animarnos en este camino de desierto que suele ser nuestra vida, encontramos hoy esta página tan estimulante de las tentaciones de Jesús, que pueden reflejar bien las que encontramos nosotros en nuestro camino. Adán falló. Israel falló. Nosotros, por desgracia, también fallamos. Pero hoy se nos presenta a Jesús saliendo victorioso de la tentación.
Las que describen los evangelistas parecen como un resumen y eco de las tentaciones que Israel encontró en su marcha por el desierto.
Además, estas tentaciones se pueden considerar, no sólo como acontecimientos puntuales, sino como el símbolo de toda la vida de Jesús dedicada a la lucha contra el mal. Se repite siempre la tentación del querer ser más que los demás -Adán y Eva, Caín, la tentación de Jesús, al que querían hacer rey después de la multiplicación de los panes- y buscar una vida más fácil. ¿No es también la tentación de la Iglesia a lo largo de los siglos? ¿y la nuestra?
Cristo nos enseña el camino de la Pascua y nos anima a vencer las tentaciones. La tentación de convertir las piedras en pan, como si lo material fuera lo principal. La tentación de pedir milagros a Dios, manipulando a nuestro favor la vida religiosa. La tentación de adorar al diablo, o a los valores que no son los últimos, olvidando que Dios es el único absoluto a quien tenemos que adorar. Tal vez se puede resumir todo en la tentación de evitar el propio destino, la misión encomendada por Dios, la cruz. Para Jesús, la tentación de desviar el mesianismo en su favor. Para nosotros, la de desviar la fe también a nuestro favor, evitando sus exigencias.
Aparte de lo que pueda significar cada una de las tentaciones experimentadas por Jesús, lo principal es que, en nuestra lucha contra el mal, él nos da ejemplo de fortaleza, apoyado en la palabra de Dios: siempre cita las Escrituras para contestar al diablo.
No son sólo las naciones las que muestran a veces una ambición desmedida para conseguir la supremacía, pasando sin escrúpulos por encima de toda justicia. También nosotros experimentamos tentaciones que nos impulsan a buscar el camino fácil, egoísta, materialista, el de las cosas “a corto plazo”, sin abrimos a las verdaderamente importantes. Son tentaciones como las que muchas veces no supo vencer Israel en su travesía del desierto, seducido por los dioses falsos de los pueblos vecinos y su estilo de vida menos exigente que la alianza que habían firmado con Yahvé.
También nosotros caemos fácilmente en la idolatría, faltando al primer mandamiento, que sigue siendo el principal: “no tendrás otro dios más que a mí”. Nuestros “ídolos” no son ahora estatuillas de madera o piedra, sino otros dioses y diosecillos que nos creamos nosotros mismos -dioses a nuestra medida-, los valores que absolutizamos: el dinero, el placer, el poder, el prestigio, el propio yo…
Todos estamos comprometidos en una continuada lucha entre el bien y el mal. El mal existe. También dentro de nosotros. Por eso creo que es buenito que la comunidad parroquia haya elegido como lema de cuaresma: Una Cuaresma para mejorar el corazón. A todos nos costará vencer las tentaciones de nuestros corazones en el caminar hacia la Pascua. Pero es la condición para una vida cristiana: desierto, tentaciones, cansancio, sed, soledad, lucha, victoria, vida plena… Con la ayuda de Dios y el ejemplo estimulante de Cristo podemos y debemos vencer.
En la Vigilia Pascual se nos preguntará si renunciamos al demonio y a sus obras. Contestaremos que sí. Pero antes habremos de demostrarlo en las “obras de la Cuaresma”, pasando del hombre viejo al nuevo.

viernes, 4 de marzo de 2011

IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: “DECIR” Y “HACER”… (Mt 7, 21-27)

    Jesús nos pone claramente ante una alternativa: construir sobre roca o sobre arena, con las consecuencias que fácilmente se pueden suponer.
Nos dice dónde está el fundamento sólido, la “roca”, sobre la que edificar nuestro futuro: sobre la Palabra de Dios, como contrapunto a tantas otras palabras humanas que nos pueden seducir, pero que son palabras vacías.
Eso sí, para Jesús, no basta conocer esa Palabra, o decirla o predicarla. Lo que da solidez es el cumplirla. No valen, por admirables que parezcan, ni los carismas de profecía o del exorcismo, ni los milagros. Lo que cuenta es si hemos llevado a la práctica la Palabra que él nos ha enseñado. A los que han escuchado su sermón de la montaña les da precisamente esta última recomendación: que traduzcan a sus vidas lo que acaban de escuchar.
     Lo cual va también para nosotros, los cristianos de hoy, que escuchamos tantas veces lo que Dios nos dice y podríamos quedar ya tranquilos con ello, o sentirnos conformes con estar bautizados, o con algunas prácticas que nos parecen aseguradoras de premio. Pero ¿creemos de veras lo que nos dice esa Palabra, hasta el punto de irla traduciendo en nuestra conducta?
     Una de las cosas que más reprochaba Jesús a los fariseos es que sabían muy bien la Ley, pero no la cumplían. Hasta el punto de que tuvo que aconsejar a sus oyentes que hicieran lo que los maestros de la Ley “decían”, pero que no imitaran lo que “hacían”, porque no cumplían ellos mismos lo que enseñaban.
      En las primeras comunidades debió haber personas que alardeaban de sabias y pontificaban a sus anchas, con palabras que parecían carismáticas y convincentes. Se nota en varios capítulos de las cartas de Pablo o en la de Santiago, y aquí en el evangelio. Eran profetas falsos, y su conducta distaba mucho de lo que decían saber. Se buscaban a sí mismos. También nosotros solemos ser mucho más ricos en palabras que en hechos. Organizamos charlas, escribimos libros, celebramos fiestas y sabemos decir palabras muy bonitas. Pero luego no hacemos lo que decimos.
La antítesis, según Jesús, está entre los verbos “decir” y “hacer”. El que dice y no hace es como un árbol frutal que enseña muchas hojas pero muy pocos frutos.
Jesús adopta la forma de enseñanza que era común entre los sabios del Antiguo Testamento y de los maestros de su tiempo. Era común en todos ellos adoctrinar a sus discípulos sobre la importancia que tiene el “hacer” por encima del “decir”.

 Pero la novedad que encontramos en la palabra de Jesús es que ahora no se trata de recitar los mandamientos y después no cumplirlos, sino de reconocerlo e invocarlo a Él como Señor y luego no poner en práctica la voluntad de Dios.
Se escuchaban a sí mismos, y no a Dios. En este sentido, P. Joaquim Rosselló, un sacerdote de la isla de Mallorca exhortaba a los miembros de su congregación que él fundó a la coherencia diciendo sea en el templo, en el altar, en casa del enfermo, al ir por las calles, en cada uno de vosotros no se vea sino la persona misma de Jesucristo, no se perciba al acercarse alguno a vosotros, sino su fragancia aromática, el precioso aroma del buen ejemplo...
Está bien que cada uno de nosotros se examine y responda con sinceridad a esta pregunta:
¿Sobre qué bases estoy edificando mi personalidad? Domingo tras domingo, o día tras día, acudimos a la “escuela” de Jesús. Él es la roca sobre la que debemos edificar nuestro futuro, la piedra angular de todo edificio que quiera ser duradero.
Pero lo que él dijo a sus oyentes al final del sermón de la montaña, nos lo dice a nosotros, que le escuchamos tantas veces. No basta con que oigamos, o incluso que recemos y digamos “Señor, Señor”, o que hagamos milagros: tenemos que ir aplicando a nuestra vida lo que escuchamos, la respuesta que Dios va dando a las preguntas de la humanidad. No tiene que haber tanta distancia entre lo que decimos y cantamos -y lo que luego hacemos. Que los Sagrados Corazones de Jesús y María nos ayuden a ir superando paulatinamente este divorcio que vivimos muchas veces.