Ya sabemos que Jesús se oponía a los fariseos que controlaban la conducta de la gente exigiéndole una multitud de prácticas, imponiendo todo tipo de normas y costumbres. Por eso algunos pensaban que Jesús estaba despreciando los escritos del Antiguo testamento, que se solían llamar “la Ley y los Profetas”.
El evangelio de Mateo muestra que Jesús no rechaza las normas morales del Antiguo Testamento, que se resumen en los mandamientos, y que no propone una fe sin moral. Mateo muestra con claridad que Jesús exigía a sus discípulos un determinado comportamiento, un estilo de vida que era más simple, pero no menos exigente que el de los fariseos.
Al contrario, el estilo de vida que Jesús espera de sus discípulos es más exigente que el de los fariseos: “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 20). ¿En qué sentido Jesús es más exigente que los Fariseos legalistas? En el sentido que Jesús espera que nuestro comportamiento no sea un cumplimiento exterior, sino que brote del corazón, porque es dentro del corazón donde el hombre pone en juego su fidelidad a Dios y su apertura a los hermanos. No se trata ya de respetar mínimos, cumplir leyes, contabilizar actos, apelar a reglamentos, sino de sanar la raíz. Jesús no espera que hagamos el bien porque está mandado, sino porque brota de un amor sincero al hermano, de un afecto interior y real, y eso es más exigente que cumplir mil normas externas, porque en realidad es imposible si Dios no nos llena de su propio amor.
Por eso, el Evangelio de hoy nos dice no es suficiente “no matar” para entrar en el Reino de Dios, porque cuando tratamos mal a un hermano ya estamos expresando la falta de amor de nuestro corazón. Por eso mismo, el acto exterior de llevar una ofrenda al altar es inútil si no estamos en paz con los demás.
El estilo de Jesús no funciona con un corazón estrecho, contra los calculadores que dicen “No te pases”, Jesús nos dice “Pásate”. Es Así como Jesús da cumplimiento a la Ley y a los Profetas. Más que normas a cumplir, se trata de una nueva disposición del hombre. Se trata del proceder propio del cristiano que ha sido tocado por la gracia de Cristo, y que ya no lleva un código como norma de conducta sino que se rige por la fuerza del Espíritu Santo y tiene como modelo la perfección de Dios Padre.
Seamos dóciles al impulso del Espíritu de Dios para que de esa manera se manifieste el reino de Dios sobre la tierra.
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