miércoles, 23 de febrero de 2011

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: BUSCAR PRIMERO EL REINO… (Mt 6, 24-34)

         

         Jesús en este evangelio pronuncia una palabra muy fuerte ante sus discípulos: dice que los que andan preocupados por la comida y el vestido son los paganos. De esta forma, excluye de la comunidad de los discípulos a los que llegan a “preocuparse” por todas esas cosas.
          A muchos les parecerá que la exigencia de Jesús es excesiva, porque no existe ninguna persona que en algún momento de su vida no tenga que “preocuparse” por alguna de estas cosas. Pero no se puede acusar al Señor de ser poco realista. La afirmación de que son paganos los que andan preocupados por estas cosas se lee junto con otra frase que viene a continuación: Se debe buscar el Reino y la justicia de Dios, y serán el Reino y la justicia los que traerán todas aquellas cosas que son necesarias para esta vida.
          Hemos de recordar que el Reino de los cielos tendrá su consumación en la otra vida, pero ya tiene su comienzo en este mundo. El Reino de Dios tiene que manifestarse en nuestra historia: Dios es Rey, y viene a reinar entre nosotros haciendo su voluntad. Dios no quiere que sus hijos padezcan necesidad, y por eso en el Reino no debe haber necesitados. Así lo ha dicho repetidas veces en el Antiguo Testamento, y es propio de la justicia de Dios que realice lo que Él ha prometido.
       El Reino de Dios y la justicia de Dios se manifiestan en este mundo mediante la presencia de una comunidad de hermanos que tenemos como único Padre a Dios y en la que la única Ley es el amor que refleja la misericordia de Dios Padre hacia todas sus criaturas. El Reino no se muestra como presente en una comunidad en la que no existe la preocupación por los pobres y necesitados.
       Se dice en otra parte del Evangelio que, por el Reino, todos deben renunciar a lo que poseen para compartirlo con los pobres, y que aquellos que lo hagan, recibirán el ciento por uno. Si cada uno se despoja de lo propio, poseerá cien veces más porque tendrá a su disposición aquello de lo que se han despojado los demás, y nadie carecerá de nada.
          Entendemos entonces lo que significa que el Reino traerá consigo todo aquello de lo que hay que despreocuparse. Mediante la práctica del amor fraterno, busquemos con todo empeño que en la comunidad cristiana se manifiesten los rasgos del Reino, y entonces no habrá nadie que carezca de lo necesario.

viernes, 18 de febrero de 2011

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LO QUE CUESTA SER CRISTIANO (Mt 5, 38-48)

    
 Es muy fácil pronunciar palabras, lo difícil es llevarlas a la práctica. Sobre todo cuando son palabras tan exigentes como las del Evangelio de hoy. Y estas exigencias están dirigidas a cada uno de nosotros en particular. Pero la dificultad se reduce cuando sabemos que esto no será consecuencia de un esfuerzo realizado exclusivamente con nuestras fuerzas humanas, sino que será el resultado de la acción de Dios en nosotros, transformándonos para que seamos capaces de obrar como hijos de Dios.
     Esa transformación nos llevará a amar a todos sin excepción: los chinos, los musulmanes, los inmigrantes; los ricos como los pobres, los de izquierda como los de derechos, los que llamamos progresistas o conservadores, los catalanistas como los españolistas. De esta manera, amando a los que nos atacan, no les responderemos con la violencia. Pero tampoco nos quedaremos tranquilos viendo que obran mal. El amor nos llevará a no herirlos, pero también a corregirlos para que lleguen a ser mejores. Y para eso es necesario aprender a corregir con amor. Esta forma de corregir con amor vale tanto para el oprimido que se rebela contra el que lo oprime, como para el que castiga a un delincuente, o para la madre que reprende a su hijo porque se porta mal. Se debe evitar que bajo la apariencia de una corrección se oculte una venganza. Y eso es necesario decirlo porque muchos y muchas, conscientemente o no, lo solemos hacer.
     El Señor no nos promete que obrando de manera cristiana vayamos a tener mucho éxito en este mundo. Jesús no respondió con la violencia y terminó clavado en la cruz, y aún en la cruz rezó por los que lo estaban torturando. Esto es así porque el pertenecer al Reino de Dios es mucho más importante y más valioso que todos los éxitos fugaces que podemos conseguir con la fuerza de la violencia o del odio a los enemigos. El Reino se abre paso a partir de lo que Dios va realizando en el corazón de cada hombre, y lentamente se va manifestando en el mundo. Y si nos dejamos transformar por Dios, también la sociedad y el mundo se transformarán con nosotros. Llegará el día en que todo el mundo será transformado por el Reino de Dios. En ese día ya no será el mundo de la agresión, de las represalias y de las venganzas, sino el Reino de paz, de justicia y de amor.
Que los Sagrados Corazones de Jesús y María nos ayuden a vivir estas actitudes sacricordianas que son ni más ni menos actitudes cristianas en su radicalidad.     

jueves, 10 de febrero de 2011

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: JESÚS CON UN ESTILO NUEVO (Mt 5, 13-16)

Ya sabemos que Jesús se oponía a los fariseos que controlaban la conducta de la gente exigiéndole una multitud de prácticas, imponiendo todo tipo de normas y costumbres. Por eso algunos pensaban que Jesús estaba despreciando los escritos del Antiguo testamento, que se solían llamar “la Ley y los Profetas”.
El evangelio de Mateo muestra que Jesús no rechaza las normas morales del Antiguo Testamento, que se resumen en los mandamientos, y que no propone una fe sin moral. Mateo muestra con claridad que Jesús exigía a sus discípulos un determinado comportamiento, un estilo de vida que era más simple, pero no menos exigente que el de los fariseos.
Al contrario, el estilo de vida que Jesús espera de sus discípulos es más exigente que el de los fariseos: “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 20). ¿En qué sentido Jesús es más exigente que los Fariseos legalistas? En el sentido que Jesús espera que nuestro comportamiento no sea un cumplimiento exterior, sino que brote del corazón, porque es dentro del corazón donde el hombre pone en juego su fidelidad a Dios y su apertura a los hermanos. No se trata ya de respetar mínimos, cumplir leyes, contabilizar actos, apelar a reglamentos, sino de sanar la raíz. Jesús no espera que hagamos el bien porque está mandado, sino porque brota de un amor sincero al hermano, de un afecto interior y real, y eso es más exigente que cumplir mil normas externas, porque en realidad es imposible si Dios no nos llena de su propio amor.
Por eso, el Evangelio de hoy nos dice no es suficiente “no matar” para entrar en el Reino  de Dios, porque cuando tratamos mal a un hermano ya estamos expresando la falta de amor de nuestro corazón. Por eso mismo, el acto exterior de llevar una ofrenda al altar es inútil si no estamos en paz con los demás.
El estilo de Jesús no funciona con un corazón estrecho, contra los calculadores que dicen “No te pases”, Jesús nos dice “Pásate”. Es Así como Jesús da cumplimiento a la Ley y a los Profetas. Más que normas a cumplir, se trata de una nueva disposición del hombre. Se trata del proceder propio del cristiano que ha sido tocado por la gracia de Cristo, y que ya no lleva un código como norma de conducta sino que se rige por la fuerza del Espíritu Santo y tiene como modelo la perfección de Dios Padre.
Seamos dóciles al impulso del Espíritu de Dios para que de esa manera se manifieste el reino de Dios sobre la tierra.

sábado, 5 de febrero de 2011

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: SAL Y LUZ DEL AMOR EN EL MUNDO (Mt 5, 13-16)

Después de las bienaventuranzas, Jesús sigue enseñando qué debe aportar un seguidor suyo en este mundo. Ciertamente no podemos interpretar las bienaventuranzas como una invitación a una actitud resignada y pasiva. Las dos afirmaciones que hoy leemos son muy concretas: un cristiano debe ser sal y luz en su ambiente, testigo y profeta en medio del mundo.
Aparte de las comparaciones, que podrían parecer un poco poéticas, ¿qué significa que un creyente debe ser luz para los demás? Las lecturas de hoy orientan este lenguaje hacia la vida concreta, hacia el efecto que produce en los demás nuestro estilo de actuación. En el evangelio el mismo Jesús habla de que los demás “vean vuestras buenas obras”.
Pero es en la lectura profética donde se nos concreta más qué significa ser luz para los demás, y por eso la han elegido, porque viene a darnos la clave para interpretar lo que dice Jesús: seremos luz para los demás, no tanto por lo que sabemos y decimos, sino por lo que hacemos. Uno esperaría que se nos invitara a ser “sabios” y así ayudar con nuestra ciencia a los demás. O bien, que se nos recordara la obligación del culto o de la oración. No es por ahí por donde Isaías apunta. Su aplicación es existencial, no intelectual.
Los ejemplos que enumera él no se refugian en la poesía, son bien concretos y valen exactamente igual ahora que hace dos mil quinientos años, en España como en Argentina,  en Camerún como en Ruanda: partir el pan con el que no tiene, no oprimir a nadie, no hablar mal de nadie, sobre todo de nuestro hermano, no cerrarse a nadie, hospedar a los sin techo, no adoptar nunca un gesto amenazador… Parece una versión antigua de lo que siempre hemos llamado “obras de misericordia”. Sólo entonces seremos luz. Sólo el que ama es luz para los demás. Sólo entonces podremos pedir que Dios nos escuche también a nosotros.
A veces, cuando hablamos de violencia o agresividad, pensamos en las naciones poderosas que se aprovechan de las débiles, a los islamistas o los israelitas a mano dura. Pero también pasa o puede pasar en nuestro nivel doméstico. Lo mismo puede pasar con la “maledicencia”, que consiste en difamar a los demás.
También el salmo nos hace decir que “el que es justo, clemente y compasivo, en las tinieblas brilla como una luz”. En un mundo egoísta, en que cada uno mira por lo suyo, la misión que tiene un creyente es salir un poco de sí mismo y ayudar a los demás, con una palabra oportuna, con el ejemplo de coherencia y entrega. Además, empezando por casa. Jesús dice en el evangelio que esa luz debe alumbrar a todos los de casa. El profeta nos ha dicho: “no te cierres a tu propia carne”. La caridad empieza por la propia familia o comunidad.
No se trata de que todos seamos “lumbreras” que suscitan la admiración y el aplauso de todos. No se trata de “deslumbrar” con nuestros talentos a los demás. Se trata de “alumbrar”, de ayudar con nuestra luz a que otros también tengan luz.
Cada cristiano es llamado, no sólo a vivir él en la luz, a ser “hijo de la luz”, sino también a ser luz para los demás. Una familia cristiana puede ser luz y sal para otras familias de la misma escalera o para los compañeros de trabajo. Que sea conocida porque “siempre van a Misa”, pero también, porque “siempre están dispuestos a ayudar a los demás”.
En la Eucaristía tenemos la mejor fuente de la sabiduría y de la luz y de la sal, para que después, en la vida, podamos ser eso mismo para los demás.