El cuarto domingo de pascua, la Iglesia pone ante
nuestros ojos la figura de Jesús, como el Buen Pastor.
Jesús nos dice hoy: “Yo soy el Buen Pastor, yo conozco
a mis ovejas.” El nos conoce a cada uno de nosotros, pero no con un
conocimiento frío, sino con un conocimiento personal, el nos conoce a cada uno
de nosotros por nuestro nombre, nos ama entrañablemente. Nos cuida, nos
protege, nos alimenta, es capaz de dejar las noventa y nueve ovejas del rebaño
por ir a buscarnos a nosotros como si fuéramos la única oveja que existiera
para Él. Nos carga sobre sus hombros y nos lleva de nuevo al rebaño. Una
locura! Ningún pastor se olvida del rebaño entero por una que se le perdió.
Jesús es el buen pastor que es capaz de hacer esta locura por cada uno de
nosotros. Es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.
Pero el evangelio de hoy no solo quiere mostrarnos los
sentimientos de Jesús hacia nosotros, sino también nos quiere hacer entender
cuál es el trato que las ovejas deben tener respecto a su Pastor: “Mis ovejas -
dice Jesús- escuchan mi voz y me siguen”
Pertenecer al rebaño de Jesús implica poner atención
para escucharlo. Cuando el Señor habla hace falta que tengamos en el corazón
una cierta sensibilidad para escucharlo. Como una madre, que es capaz de estar
durmiendo plácidamente en medio de un montón de ruidos y sin embargo al primer
llanto del bebe, se despierta enseguida.
Lo mismo ocurre cuando Jesús - el Buen Pastor- habla. Hace falta una cierta disposición interior para escuchar su palabra. Hace falta la Fe, que no es lo mismo que la razón. La Fe compromete otras áreas más profundas de nuestra personalidad. Por eso no bastan demostraciones racionales para llevar a alguien a la Fe. Es necesario un toque de la Gracia, que se debe pedir en la oración. Siempre se dice que para el que cree, mil objeciones no llegan a configurar una duda, así como para el que no cree, mil razones no llegan a configurar una certeza. Las demostraciones pueden ofrecer apoyos a la razón, allanar el camino, pero llega un momento en que cada uno tiene que decidirse y dar un salto, hacer una opción por el sí o por el no. Allí se define uno como oveja de Jesús, si escucha su voz y le sigue.
Hoy Jesús, nos llama a comportarnos como verdaderas
ovejas suyas, a escuchar su voz. A tener una actitud humilde, que quiera verlo
y no como los fariseos que no veían lo obvio; una actitud silenciosa como la
actitud contemplativa con la que María, la hermana de Marta y Lázaro,
permanecía a los pies de Jesús para escucharlo; una actitud dócil como para
creer en Él, como para optar por Él.
La primera lectura trae un ejemplo concreto de este
misterio de elección y respuesta. Pablo y Bernabé anuncian a Jesús. Y mientras
los paganos los escuchan y se llenan de alegría; los dirigentes judíos se
cierran y se llenan de envidia.
Jesús invita a escucharlo, a seguirlo, pero necesita
una respuesta. Ser cristiano es una vocación, no es un destino inevitable. El
Joven rico pudo haber sido apóstol pero no quiso. Pedro pudo no haberlo sido,
pero quiso seguir al maestro. La vocación, empezando por el llamado a la Fe, es
una posibilidad que se abre; no una obligación que se impone. Es una llamada
libre de Dios pero también una respuesta libre del hombre. La vocación, es una
urgencia de fidelidad al amigo, al pastor. Yo las conozco, dice Jesús de sus
ovejas, por lo tanto sabe muy bien lo que nos conviene, lo que realmente somos
capaces de hacer. Hoy Jesús nos invita a cada uno de nosotros a estar atentos
para escuchar su voz. Nos invita a escuchar su voz en la Biblia: esa carta de
amor abierta de Dios para nosotros (que para el que no cree, no dice nada, pero
para el que cree es una fuerza que llena de vida). Nos invita a escuchar su voz
en la historia personal, en cada acontecimiento de nuestra vida, a escucharlo
en los demás (como San francisco de Asís que escuchó la voz del pastor en los
leprosos desatendidos, o la madre Teresa de Calcuta que la escuchó en los
moribundos abandonados de la india, San Maximiliano Kolbe en los gritos de
dolor de su compañero condenado a muerte, en cuyo lugar ofreció su propia vida,
el Padre Joaquim Rosselló, el fundador de los Misioneros de los Sagrados
Corazones, que la escuchó en la Ermita de San Honorato de Randa).
Y también nos invita a reconocer su voz en los pastores de la Iglesia. Y en este contexto es que en este domingo se celebra la jornada mundial de oración por las vocaciones, para que recemos por los pastores de la Iglesia que nos hacen escuchar la voz de Jesús el Buen Pastor. Hoy la Iglesia nos pide que recemos por los obispos, por los sacerdotes, en fin por todos aquellos que recibieron la vocación de pastorear en nombre de Jesús, de ser expropiados por Dios, aquellos hombres y mujeres llamados a no reservarse nada para sí mismo sino a entregarse generosamente a los demás.
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