La segunda lectura de este domingo habla del sacerdocio que pocas veces hablamos en nuestros espacios populares y lo dejamos en los círculos de teología. Me refiero al sacerdocio común. Dedicaremos una pequeña reflexión al respecto. Cuando hablamos de un “sacerdocio santo, llamado a ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Cristo”, nos referimos a un sacerdocio de todo el pueblo.
Se trata de un tema pascual. Ya con el éxodo, el pueblo hebreo se había vuelto sacerdotal, vale decir, un pueblo que es, con respecto al mundo entero, lo que son el sacerdote y el profeta con respecto al pueblo elegido. Y ahora, con la Pascua de Cristo, son los creyentes en Jesús quienes forman parte del nuevo pueblo sacerdotal y profético.
Entonces podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son aquellos “sacrificios espirituales” que el pueblo cristiano debe ofrecer a Dios? ¿Cuál es la materia para consagrar? Y descubriríamos que lo que el cristiano tiene que ofrecer es ¡Toda la realidad terrenal, todo el mundo! Descubriríamos que la vocación del cristiano es consagrar a Dios todas las actividades de los hombres y mostrarle al mundo entero que Jesús es el camino, la verdad y la vida, como nos dice el evangelio de hoy.
Lo que llega al altar en nuestras manos, es decir, el pan y el vino, es entonces la expresión de un ofrecimiento más grande y más total que abarca todo el trabajo de los hombres y las mujeres, todos los esfuerzos de una semana de trabajo. Los cristianos son los sacerdotes de aquella que alguien ha llamado “la misa sobre el mundo’. Esta es su vocación: impregnar de espíritu evangélico en el mundo, en todas las realidades y todos los ambientes donde les toca vivir.
Y hay como dos cosas que el cristiano tiene que tener presente en su vocación: en primera lugar la vital unión con Cristo, la adhesión a la voluntad de Dios, la oración; y en segundo lugar, un sincero darse al mundo o sea, al orden y a la realidad temporales, trabajar con todo su esfuerzo para dejar este mundo mejor que cuando llegamos a él.
Hay que darse cuenta que en estas dos cosas no hay ninguna contradicción. Una adhesión a Cristo, a su Reino, a las realidades espirituales y eternas no debilita toda la obligación temporal. Y viceversa, tomar en serio las realidades temporales y sumergirse en ellas, no distraerá del Reino de Dios y de la propia santificación.
En otras palabras, es posible tener el gusto por el trabajo y la realización, es posible estar activamente comprometidos en los problemas sindicales, en la cultura, en el progreso, en mejorar la propia condición económica, y ser, al mismo tiempo, buenos cristianos y hombres espirituales.
Por lo tanto, no debería haber dilema para santificar la acción, es decir, todas las zonas de la propia vida y las horas de la propia jornada. Aunque nadie niega que sea difícil y mucho más hoy en día. En general se llega al domingo y se tiene la impresión de que Dios estuvo ausente de nosotros toda la semana y nosotros de Dios. Es como si fuera necesario volver a tomar contacto con él desde el principio.
Y uno se pregunta: ¿Por qué todo esto? ¿Por qué nos cuesta tanto descubrir que estamos llamados a la santidad en las cosas que hacemos todos los días: en el trabajo, en el estudio, en cada una de nuestras actividades? ¿Porqué vivimos como disociados, y Dios no tiene lugar, ni le da sentido a todo lo que vivimos y hacemos cotidianamente?
Quizás un motivo, el más profundo, está en nosotros mismos: no estamos convertidos, y por eso no estamos libres frente a las cosas. Y uno está llamado a descubrir frente a esto que la oposición entre unión con Dios y entregarse al mundo no tiene razón de ser.
Quizás otro motivo que nos puede afectar en estos momentos para desentendernos de nuestras obligaciones de estado: es la crisis que nos está afectando como País. Y entonces uno puede caer en la tentación de escapar, de disociar nuestra vida espiritual con nuestro compromiso temporal que consiste en construir el reino de Dios ya desde ahora.
Y es justamente en estos momentos, es en los momentos de dificultades donde caben dos posibilidades: verlas como un obstáculo o asumirlas como un desafío. Podemos sumergirnos en la lamentación estéril, o bien abrirnos al Espíritu de Dios, para que nos muestre sus caminos, siempre tan sorprendentes.
Esta sería una gracia para pedirle al Señor en este domingo, preguntarnos: ¿cómo reaccionamos nosotros ante las dificultades que se presentan en nuestra convivencia familiar o comunitaria? ¿Las vemos como una ocasión de gracia y purificación?
Buenas palabras para el cristiano de hoy. Que el Dios de la vida bendiga sus esfuerzas a su servicio y al servicio de su pueblo.
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