Terminamos esta serie de reflexiones sobre la familia con este último aporte.
Para poder vivir en conjunto la llamada a ser felices, es decir, para vivir en familia, es necesario seguir algunas reglas de oro. La felicidad no es un punto de llegada, sino un modo de caminar.
1- Tómese su tiempo. No crea que la familia se nutre solamente por llevar el pan a la casa. No sólo de pan viven los hijos. El tiempo que le dedica a los suyos es tiempo ganado, no perdido. Ahorre ausencias.
2- Sea oído de sus hijos, de los suyos. ¿Cuánto hace que no escucha a los suyos sin interrumpir?
3- Minimice todo lo que puede los problemas familiares. No sea causa de escándalos, ni de llantos innecesarios. Los profetas agoreros de desgracias de Canaan, fueron exterminados por el profeta Elías, en la Biblia. No haga temer a nada ni a nadie más de la cuenta. No exagere. Muchas veces los inconvenientes se parecen a una cebolla: cuánto más la pela más desaparece.
4- No responda inmediatamente a todos los por qué, seguramente necesitará reflexión y estudios. Muchas preguntas no tienen respuesta segura. No se apresure; las verdades no se dan empaquetadas, se encuentran.
5- Ayude con gestos concretos y proporcionados a los problemas planteados. En ese momento sólo hay una cosa por vez para resolver. No involucre a otras situaciones o personas.
6- No busque culpables. Los inconvenientes no se solucionan cargando culpas. La mayoría de las veces hay personas equivocadas, nada más.
7- Sea sigiloso. Los problemas de familia no son para todos. La vida enseña que cuando más gente se entera de los problemas matrimoniales o familiares, mayores son las dificultades para resolverlos. En estos casos, hay que respetar el “círculo familiar pequeño”.
8- No use palabras o expresiones como: “¡pobre! ¡el pobrecito! ¡el sufriente! ¡el pobre desgraciado! A nadie le gusta que minimicen su personalidad por tener un problema.
9- No mezcle el destino, la suerte, los astros, el maleficio y el sempiterno horóscopo en este tema. A veces hasta Dios suele mirar desde lejos y deja que la libertad sea usada en su prudencia.
10- Rece con su familia. Reconozcan, con gestos concretos, la presencia providente de Dios. Dios es Padre y Señor de la vida familiar. La oración se dirige a Dios pero empapa el corazón de los que rezan.
Tal vez la verdadera grandeza del amor familiar sea esta: unir sin igualar y acercar sin destruir. Deberíamos aprender de los puercoespines que se acercan lo suficiente como darse calor, pero no se “enciman” para no herirse.