jueves, 30 de septiembre de 2010

“SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE” DESDE EL MUNDO DE ABAJO





Después del largo tiempo del verano, volvemos a nuestro espacio de redacción de nuestras experiencias cordiales y cotidianas. Y con esta atención particular a la Palabra de Dios del domingo emprendemos nuestra meditación.
El tema de hoy gira en torno a la fe, expresada en dos formas distintas. La primera Lectura (Habacuc 1, 2–3. 2, 2–4) habla de la fe bajo la forma de paciencia. Hay veces en que la fe toma forma de paciencia. Y el Evangelio, es una invitación a que la fe se manifieste en trabajos por el Reino, que no sea una fe vacía sino que tenga obras para que realmente sea fe, si no, justamente, deja de ser fe.
Creo que a nosotros también nos nacen esas palabras tan sencillas de los discípulos al Señor, que pueden ser petición nuestra hoy: “Señor, auméntanos la fe.” Auméntanos la fe, porque sentimos que hay fe, pero que cuando la fe toma forma de paciencia, y de trabajo pesado, entonces se siente. El corazón no puede no sentir que la fe es algo que se lleva arduamente, así entonces, con corazón de niños y con humildad, tenemos que decirle: “Señor, auméntanos la fe.”
Me limitaré a las infusiones que nos sugiere la primera Lectura, Es muy linda la figura Habacuc, profeta que junto a su pueblo está en un momento de mucha prueba. Asiria, que es la que los ha tenido hasta entonces a mal traer, está ya en decadencia; pero surgen los babilónicos y además, en este momento están batallados y oprimidos por los caldeos. Habacuc sufre con su pueblo la opresión y el sufrimiento, y entonces sale este quejido del corazón que también está muchas veces en nosotros: “¡Hasta cuándo, Señor! ¡Hasta cuándo pediré auxilio!”, Personalmente cuando vemos el silencio cómplice de quienes saben lo que está pasando en África y no dicen ni palabra, da bronca. Sólo la tuberculosis causa 540.000 muertos al año. Esto es lo que nos dice el último informe oficial de la OMS. Si a eso sumamos los muertos por el sida, la malaria y, sobre todo, el hambre y la malnutrición, no sería ningún disparate pensar que hay una mala voluntad de algunos privilegiados que fomentar este problema, peor todavía cuando hay gente que se empeña en defender que aquello no sucede. Y Dios corre el riego de ser el mismo cuestionado por su silencio. “¡Por qué me haces ver esto!”. “Hasta cuándo” y “por qué”, dos expresiones que conoce nuestro corazón. Muchas veces, en las pruebas o en los momentos difíciles nos viene al corazón este “¡Hasta cuándo, Señor!” o este “¡Por qué!”. “Hasta cuando”, que en nuestra expresión a veces es “¡Ya no puedo más!”… “¡Por qué! Que a veces podemos traducir en “No entiendo nada!”: “Frente a esto… no entiendo nada.”, frente a este dolor…, frente a esta muerte…, frente a esta prueba… simplemente no entiendo nada.”
Y está bien, porque la fe no pretende que entendamos nada, pretende que abracemos con el corazón las cosas. Sobre todo, confiando -como allí le contesta el Señor Dios a Habacuc- que tenga paciencia: “…escribe la visión, espérala. Ten paciencia, porque parece que se demora, pero espérala, porque vendrá seguramente y no tardará.” Dios consuela al profeta, pero quizá la tentación del profeta y la nuestra es como no respetar los tiempos de Dios. Sabemos que Dios siempre da respuesta, que suaviza todo dolor, que consuela el corazón en los tiempos de prueba… Lo que muchas veces nos pasa, es que nosotros ponemos o pretendemos ponerle los plazos a Dios, y Dios es Señor… Él es quien señorea, no nosotros. Él pone los plazos de la prueba y la fecha del consuelo. Sería realmente demoledor, sería nuestro fracaso y si quizá lo pudiéramos hacer, allí comenzaría nuestro drama y nuestra tristeza porque empezaríamos así a sentirnos administradores de nosotros mismos y no hijos, que es la cosa más linda que se puede sentir en el corazón.
Esta es la imagen de un Habacuc probado, que sabe que el Señor vendrá pero que no tiene fecha… Y entonces, viene esa frase tan hermosa: “El justo vivirá por su fe.” Pero esa fe para nosotros no se alimenta de seguridades ni de explicaciones, reivindicaciones, ni de verificaciones sino de la espera y de esperas interminables muchas veces. Esta es la primera gracia, cuando la fe toma la forma de espera, de calma, de paz, de tiempos largos…, y entonces implica en el corazón la capacidad de resistir a esas dos tentaciones muy nuestras contra la prueba, que es el desaliento y la desilusión. Como cristianos nunca nos podemos permitir ni el desaliento, ni el desencanto, ni la desilusión.
Como ven, la Lectura de hoy nos hace revisar nuestra fe… Como diciéndonos: "¿Cómo está tu fe…? ¿Hasta dónde tira, hasta dónde aguanta…?" Que realmente podamos decir con humildad y paciencia: “Señor, creo… Pero aumenta mi fe…”, que seamos hombres y mujeres con las manos juntas para rezar -como corresponde a un hombre o mujer de fe- y con las manos abiertas para dar -como también corresponde a un hombre o mujer de fe- Que estos dos elementos, en nuestra vida, estén como muy unidos en nuestro corazón.