He pensado que sería oportuno meditar en esta fiesta sobre la Iglesia y el testimonio.
No es una novedad si decimos que el momento presente en que vivimos es una situación de cambio. Un cambio que es el resultado de una mutación sustancial en la forma de concebir el mundo y el hombre sobre todo en la civilización occidental, opuesta a muchos de los modos en que la fe fue predicada y vivida.
Vemos cómo hoy la Iglesia está marginada en el concierto de los poderes mundanos. Ha dejado de ser una potencia institucional de carácter política o social imprescindible. Entendía la Iglesia-sociedad perfecta de un modo paralelo a la sociedad – Estado-, reivindicando para sí unas áreas de poder semejantes. Veía al sucesor de Pedro como el Papa-Rey, bajo la figura de un soberano de la tierra.
No es una novedad si decimos que el momento presente en que vivimos es una situación de cambio. Un cambio que es el resultado de una mutación sustancial en la forma de concebir el mundo y el hombre sobre todo en la civilización occidental, opuesta a muchos de los modos en que la fe fue predicada y vivida.
Vemos cómo hoy la Iglesia está marginada en el concierto de los poderes mundanos. Ha dejado de ser una potencia institucional de carácter política o social imprescindible. Entendía la Iglesia-sociedad perfecta de un modo paralelo a la sociedad – Estado-, reivindicando para sí unas áreas de poder semejantes. Veía al sucesor de Pedro como el Papa-Rey, bajo la figura de un soberano de la tierra.
No son poco los movimientos que hoy luchan por la libertad, y la fraternidad humanas que tienden a prescindir y descalificar a la Iglesia o a sus formas institucionales como uno de los poderes superados.
En buena hora la Iglesia ha tomado conciencia de que la manera de estar presente en el mundo, de evangelizar, de realizar un papel activo en la transformación de la sociedad ha de ser totalmente nueva. Que se ha terminado la situación de cristiandad y, abandonando posiciones de privilegio, se ha de apoyar en su único poder evangélico, en una real pobreza de poder humano por el camino del testimonio. Aunque eso no sea totalmente asumido por todos sus miembros.
Este testimonio lo ha de ofrecer toda la Iglesia, todo el Pueblo de Dios de cara no sólo a los que están dentro sino también a los alejados, increyentes. Uno de los signos que debe ofrecer la Iglesia ha de ser el de la unidad en el amor, para que sea Iglesia de Cristo. Es importante que tendríamos presente que, aun siendo del mundo no podemos seguir la corriente del mundo, dividiendo y separándolo todo: Norte y Sur, primer mundo y tercer mundo, creyentes y no creyentes, hombres y mujeres, izquierdas y derechas, nuestra fe se convierte en ideología de derechas o de izquierdas (¿acaso Jesús hubiera sido de una o de otra?). La tarea importante de todos y todas es, me parece, promover la superación de las diferencias que dividen, la concordia y la reconciliación entre los miembros del Pueblo de Dios. Como actitud permanente es necesario quitar los contrasignos que expresan división, posturas autoritarias o acepción de de personas. Otro signo ha de ser una Iglesia más comprometida en la promociones de la justicia. "No pertenece de por sí a la Iglesia, en cuanto comunidad religiosa y jerárquica, ofrecer soluciones concretas en el campo social económico y político para la justicia en el mundo. Pero su misión implica la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana", afirmaban ya los obispos en Sínodo Mundial de Obispos, a Roma en 1971. Asimismo descubrir la violación de los derechos humanos en la sociedad civil y a veces en la misma Iglesia nos toca. Realizar la correspondiente denuncia con mansedumbre, con sinceridad y verdad, con respecto a las personas e instituciones y sobre todo con autentica caridad fraterna es necesario. Renunciar a una conservación de áreas de poder e influencia en la sociedad terrena, centrando su misión en el servicio a los hombres, desde la humildad y la oscuridad de la cruz no se ha de esquivar. Sepamos por tanto, como Pedro y Pablo, confesar nuestra fe desde la oscuridad de la cárcel.
Este testimonio lo ha de ofrecer toda la Iglesia, todo el Pueblo de Dios de cara no sólo a los que están dentro sino también a los alejados, increyentes. Uno de los signos que debe ofrecer la Iglesia ha de ser el de la unidad en el amor, para que sea Iglesia de Cristo. Es importante que tendríamos presente que, aun siendo del mundo no podemos seguir la corriente del mundo, dividiendo y separándolo todo: Norte y Sur, primer mundo y tercer mundo, creyentes y no creyentes, hombres y mujeres, izquierdas y derechas, nuestra fe se convierte en ideología de derechas o de izquierdas (¿acaso Jesús hubiera sido de una o de otra?). La tarea importante de todos y todas es, me parece, promover la superación de las diferencias que dividen, la concordia y la reconciliación entre los miembros del Pueblo de Dios. Como actitud permanente es necesario quitar los contrasignos que expresan división, posturas autoritarias o acepción de de personas. Otro signo ha de ser una Iglesia más comprometida en la promociones de la justicia. "No pertenece de por sí a la Iglesia, en cuanto comunidad religiosa y jerárquica, ofrecer soluciones concretas en el campo social económico y político para la justicia en el mundo. Pero su misión implica la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana", afirmaban ya los obispos en Sínodo Mundial de Obispos, a Roma en 1971. Asimismo descubrir la violación de los derechos humanos en la sociedad civil y a veces en la misma Iglesia nos toca. Realizar la correspondiente denuncia con mansedumbre, con sinceridad y verdad, con respecto a las personas e instituciones y sobre todo con autentica caridad fraterna es necesario. Renunciar a una conservación de áreas de poder e influencia en la sociedad terrena, centrando su misión en el servicio a los hombres, desde la humildad y la oscuridad de la cruz no se ha de esquivar. Sepamos por tanto, como Pedro y Pablo, confesar nuestra fe desde la oscuridad de la cárcel.