sábado, 28 de mayo de 2011

VI DOMINGO DE PASCUA: ¡FUERZA DEL AMOR!

 
Vale la pena detenerse a meditar las hermosas palabras de despedida de Jesús que nos ofrece Jesús reunido con sus discípulos para hablarles de amor antes de su partida. Él quiere que nos se angustien demasiado por su muerte y sepan descubrir que tiene un plan maravilloso para ellos: “No los dejo huérfanos, volveré”. Jesús les abre otra realidad: se va para estar mucho más presente que antes, con una presencia tan distinta que solamente podrá ser percibida por aquellos que lo amen sinceramente, es decir que lo amen no de palabra sino cumpliendo sus mandamientos.
Al hablar de sus mandamientos Jesús se refiere a un tema ya anunciado en el mismo discurso: los mandamientos de Jesús se reducen a uno sólo: el del amor. Pero un amor que no es el del mandamiento del Antiguo Testamento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sino como lo enuncia Jesús: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El antiguo mandamiento ordenaba poner la mirada a la altura de los hombres, la medida del amor era lo que cada uno quería para sí mismo. En cambio Jesús habla de amar poniendo la mirada en el amor que nos tiene el mismo Jesús: “como yo...”.
A quienes se les concede la gracia de poder amar de esta manera, se les anuncia que podrán gozar para siempre de la presencia de Jesús, hasta llegar a verlo cuando todos los demás consideren que Jesús ha muerto definitivamente.

Y más, celebrar la Pascua hoy, es algo más que alegrarnos por la resurrección de Jesús. El Resucitado nos invita a una comunión vital: nuestra fe y nuestro amor a él nos introducen en un admirable intercambio de unidad y de amor entre el Padre que le ha enviado, entre él mismo y sus seguidores: “yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”.
San Pedro, en su carta, dice a los cristianos que estén en todo momento prontos a dar testimonio de la esperanza, con mansedumbre y buena conciencia, dispuestos a sufrir lo que sea, a imitación de Cristo que, para conducirnos a Dios, sufrió la muerte, siendo inocente.
También ahora necesitamos paz y ánimos y alegría. Porque puede haber tormentas o “eclipses” de la presencia de Dios en nuestra vida personal o comunitaria. Sólo desde la convicción de la presencia siempre viva de Cristo Resucitado y de su Espíritu podemos encontrar la clave de la serenidad interior para seguir caminando y trabajando. Hay que estar dispuesto a cumplir el mandamiento de amor que Jesús deja a sus discípulos, porque nadie puede vivir la experiencia de su presencia si se aísla de los demás.
La Pascua la celebramos bien si se nota que vamos entrando en esa comunión de mentalidad, de estilo de actuación con Cristo, el Resucitado. Y eso, no sólo en la Eucaristía, que es el momento privilegiado de nuestra comunión con él, sino también en la vida  cotidiana, reconociendo con gratitud y alegría la presencia amante de Jesús en nuestras vidas, y reaccionando ante ese amor con gestos de amor hacia los hermanos y hermanas.



viernes, 20 de mayo de 2011

V DOMINGO DE PASCUA: ¡UN SACERDOCIO DE TODO EL PUEBLO!

         
     La segunda lectura de este domingo habla del sacerdocio que pocas veces hablamos en nuestros espacios populares y lo dejamos en los círculos de teología. Me refiero al sacerdocio común. Dedicaremos una pequeña reflexión al respecto.  Cuando hablamos de un “sacerdocio santo, llamado a ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Cristo”, nos referimos a un sacerdocio de todo el pueblo.
   Se trata de un tema pascual. Ya con el éxodo, el pueblo hebreo se había vuelto sacerdotal, vale decir, un pueblo que es, con respecto al mundo entero, lo que son el sacerdote y el profeta con respecto al pueblo elegido. Y ahora, con la Pascua de Cristo, son los creyentes en Jesús quienes forman parte del nuevo pueblo sacerdotal y profético.
     Entonces podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son aquellos “sacrificios espirituales” que el pueblo cristiano debe ofrecer a Dios? ¿Cuál es la materia para consagrar? Y descubriríamos que lo que el cristiano tiene que ofrecer es ¡Toda la realidad terrenal, todo el mundo! Descubriríamos que la vocación del cristiano es consagrar a Dios todas las actividades de los hombres y mostrarle al mundo entero que Jesús es el camino, la verdad y la vida, como nos dice el evangelio de hoy.
      Lo que llega al altar en nuestras manos, es decir, el pan y el vino, es entonces la expresión de un ofrecimiento más grande y más total que abarca todo el trabajo de los hombres y las mujeres, todos los esfuerzos de una semana de trabajo. Los cristianos son los sacerdotes de aquella que alguien ha llamado “la misa sobre el mundo’. Esta es su vocación: impregnar de espíritu evangélico en el mundo, en todas las realidades y todos los ambientes donde les toca vivir.
     Y hay como dos cosas que el cristiano tiene que tener presente en su vocación: en primera lugar la vital unión con Cristo, la adhesión a la voluntad de Dios, la oración; y en segundo lugar, un sincero darse al mundo o sea, al orden y a la realidad temporales, trabajar con todo su esfuerzo para dejar este mundo mejor que cuando llegamos a él.
     Hay que darse cuenta que en estas dos cosas no hay ninguna contradicción. Una adhesión a Cristo, a su Reino, a las realidades espirituales y eternas no debilita toda la obligación temporal. Y viceversa, tomar en serio las realidades temporales y sumergirse en ellas, no distraerá del Reino de Dios y de la propia santificación.
     En otras palabras, es posible tener el gusto por el trabajo y la realización, es posible estar activamente comprometidos en los problemas sindicales, en la cultura, en el progreso, en mejorar la propia condición económica, y ser, al mismo tiempo, buenos cristianos y hombres espirituales.
      Por lo tanto, no debería haber dilema para santificar la acción, es decir, todas las zonas de la propia vida y las horas de la propia jornada. Aunque nadie niega que sea difícil y mucho más hoy en día. En general se llega al domingo y se tiene la impresión de que Dios estuvo ausente de nosotros toda la semana y nosotros de Dios. Es como si fuera necesario volver a tomar contacto con él desde el principio.
     Y uno se pregunta: ¿Por qué todo esto? ¿Por qué nos cuesta tanto descubrir que estamos llamados a la santidad en las cosas que hacemos todos los días: en el trabajo, en el estudio, en cada una de nuestras actividades? ¿Porqué vivimos como disociados, y Dios no tiene lugar, ni le da sentido a todo lo que vivimos y hacemos cotidianamente?
     Quizás un motivo, el más profundo, está en nosotros mismos: no estamos convertidos, y por eso no estamos libres frente a las cosas. Y uno está llamado a descubrir frente a esto que la oposición entre unión con Dios y entregarse al mundo no tiene razón de ser.
     Quizás otro motivo que nos puede afectar en estos momentos para desentendernos de nuestras obligaciones de estado: es la crisis que nos está afectando como País. Y entonces uno puede caer en la tentación de escapar, de disociar nuestra vida espiritual con nuestro compromiso temporal que consiste en construir el reino de Dios ya desde ahora.
      Y es justamente en estos momentos, es en los momentos de dificultades donde caben dos posibilidades: verlas como un obstáculo o asumirlas como un desafío. Podemos sumergirnos en la lamentación estéril, o bien abrirnos al Espíritu de Dios, para que nos muestre sus caminos, siempre tan sorprendentes.
Esta sería una gracia para pedirle al Señor en este domingo, preguntarnos: ¿cómo reaccionamos nosotros ante las dificultades que se presentan en nuestra convivencia familiar o comunitaria? ¿Las vemos como una ocasión de gracia y purificación?

jueves, 12 de mayo de 2011

IV DOMINGO DE PASCUA: PASTOR DE VERDAD

    
 El protagonista de hoy, como no podía ser de otra manera en Pascua, es Cristo Jesús, que se proclama a sí mismo como el Buen Pastor.
Puede ser que no nos guste mucho la imagen del pastor y las ovejas, sobre todo si nos fijamos en lo del “rebaño” y que todas las ovejas “le siguen”. Parecería como si se favoreciese una visión paternalista y gregaria de la comunidad eclesial. O podemos pensar que tal vez los que vivimos en ciudades no entenderemos la imagen empleado por Jesús.
     Sin embargo, no es la intención de Cristo ese tono peyorativo del “rebaño” y del seguimiento al pastor, porque él les describe con rasgos claramente personalistas y de respeto a la libertad de cada uno. Y tampoco es verdad que los “urbanos” no podamos entender las características de un pastor y su relación con las ovejas, aunque no veamos cada día rebaños que cruzan nuestras calles o autopistas.

     Si lo pensamos bien y meditamos un poco atentamente este relato del evangelio, sacaremos una interesante lección de Jesús. Jesús dedica palabras muy duras a los fariseos, que eran en verdad “malos pastores” del pueblo. Por contraste, las cualidades que debe tener un buen pastor les hacen falta hoy, en positivo, a todos los que de alguna manera son “pastores” en la comunidad como colaboradores de Cristo a favor de todos: ante todo los ministros ordenados, desde el Papa hasta los obispos, presbíteros y diáconos, pero también los padres, los educadores, los catequistas, los que llamamos “agentes pastorales” de una comunidad. Todos participan en un grado u otro del ministerio pastoral de Cristo Jesús.
     Y a todos ellos les va bien recordar que el auténtico pastor:
1.      entra por la puerta legítima y no, como los ladrones, por la puerta falsa; no se arroga él mismo el ministerio, sino que lo recibe de la Iglesia, y en el caso de los ministros ordenados, sellado con un sacramento; no puede actuar como los falsos profetas o guías ciegos que no conducen a la salvación, sino a la perdición; si Pedro predica con valentía y autoridad, es porque ha oído de labios del mismo Maestro la palabra: “apacienta a mis ovejas”;

2.      conoce a sus ovejas, las llama por su nombre: ¿no es esta una invitación a que los pastores conozcan y respeten a cada persona, con sus características, su temperamento y formación? ¿Se puede decir que conocemos a cada oveja por su nombre, a cada persona en su contexto y sus circunstancias, y no considerar que todas son iguales y tratarlas “gregariamente”?;

3.      “va delante de las ovejas”, camina precediéndolas: da la cara por ellas si acecha el peligro, las conduce por caminos seguros, les da ejemplo de servicialidad, de entrega por los demás, de desinterés, de vida de oración, de lucha por la justicia; es como Jesús, que en su decidida marcha hacia Jerusalén, iba delante de sus discípulos (cf. Mc 10, 32) y, en la última cena, se ciñó la toalla y les dio un magnífico ejemplo dé servicialidad fraterna, y al final les dijo: “vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”;

4.      anuncia a todos la buena noticia de la resurrección de Cristo con el mismo entusiasmo que el primer Papa, Pedro, y los demás apóstoles, que no podían guardar para sí la gran convicción y llenaron el mundo de su anuncio;

5.      no se aprovecha a favor propio de la misión que se le ha encomendado, sino que debe estar dispuesto a defender y dar su vida por las ovejas, como Cristo…

     Terminemos pidiendo que los Sagrados Corazones nos ayuden a redescubrir esta llamada a ser buen pastor, que nos ayude a redescubrir que estoy llamado a algo grande, a volar alto, para lo cual es necesario seguir a Jesús, el Buen Pastor, escuchar su voz y pedirle que nunca me baje de sus hombros.

jueves, 5 de mayo de 2011

III DOMINGO DE PASCUA: PRESENCIA OCULTA


     Hoy, escuchamos un evangelio tan conocido de los dos discípulos que se dirigen camino a Emaús, uno de los dos se llamaba Cleofás, del otro ni siquiera sabemos el nombre. Queda como una puerta abierta que nos permite afirmar que podría ser uno de nosotros, cualquiera de las personas que participamos hoy. ¡Cuántas veces estamos como los dos discípulos que iban andando a Emaús arrastrando una pesada carga!
     Su actitud era la de decir: No hay nada que hacer:
 No hay nada que hacer debido a los conflictos que constataban en la sociedad que había encarcelado a Jesús y lo había crucificado.
 No hay nada que hacer debido a la situación de desánimo que vivían los apóstoles, incapaces de creer aquello que afirmaban las mujeres de que Jesús estaba vivo.
 No hay nada que hacer debido a la frustración que cada uno de ellos alimentaba en su corazón, las cosas no se habían desarrollado como ellos habían esperado.

     Más de una vez pasamos por la misma experiencia y decimos lo mismo:
 No hay nada que hacer en este país, donde cada uno piensa en sí mismo y se olvida del bien común.
 No hay nada que hacer en esta Iglesia que se encierra y no tienen respuesta a nuestras necesidades agudas.
 No hay nada que hacer en mi comunidad porque ha perdido la fuerza y la esperanza de otros tiempos.
 No hay nada que hacer en mi corazón ya que siempre arrastra las mismas miserias.
     Y estos dos discípulos, igual que nosotros en nuestra vida de cada día, tenían a Jesús como compañero de camino sin saberlo. Y Jesús de a poco se las arregla para que cambien de actitud, se las arregla para que confíen más en Dios que en los propios criterios, para que confíen más en Dios que en los propios pensamientos, para que confíen más en Dios que en las propias fuerzas. Jesús se las arregla para que lo descubran.
     ¿Y cómo lo hace?
 Se pone al lado, presta atención a sus problemas y empieza a caminar con ellos. Después les invita a reflexionar a partir de la Palabra de Dios, y les va enseñando a contemplar la vida con los mismos ojos de Dios. Y finalmente lo reconocen al atardecer cuando Jesús a la mesa con ellos celebra la Eucaristía.
Por eso de nuevo se ponen en camino, pero en dirección contraria y movidos por unas actitudes totalmente insospechadas unas horas antes: Jesús les ha transformado, les ha cambiado sus vidas.
Cristo también está presente en nuestra vida pero se nos hace difícil reconocerlo. Cristo está al lado nuestro pero nos cuesta verlo. Él nos acompaña. Se hace hermano para caminar al lado nuestro y consolarnos, se hace Palabra para que arda nuestro corazón con el fuego del amor de Dios, se hace Pan para alimentarnos.
     Cristo está presente pero se nos hace difícil reconocerlo, porque muchas veces nos encerramos y nos cuesta creer. Muchas veces caminamos con el rostro triste y desesperanzado, no porque Dios no esté con nosotros, sino porque en nuestros ojos hay algo que nos impide verlo.
     Nosotros también estamos llamados a decir: ¡Es verdad¡ Cristo ha resucitado, está vivo y presente entre nosotros:
 Está en la Palabra de Dios que nos llena de fuerza cuando la meditamos en el corazón,. Está en la Eucaristía para regalarnos su misma vida. Está en el hermano con el que tenemos que partir el pan y compartirlo: el pan material con el pobre, el pan del consuelo con el que sufre, el pan del perdón con el que lastimamos, el pan de la paciencia con el que nos hiere, el pan de la esperanza con el que ya no espera.
Este gesto de compartir, de hospedar a Jesús porque ya era tarde y se hacía de noche, fue el que abrió los ojos a los discípulos de Emaús para que reconocieran a Cristo resucitado.
Que también nosotros podamos decirle con los dos discípulos de Emaús: Quédate con nosotros Señor de la Esperanza, y aunque a veces dudamos de tu presencia en casa, no dejes que la noche nos sorprenda sin Ti. (Como lo solemos cantar) Y entonces sabremos que por el camino nos venía arriando el Dios de la Paz, que transformará y cambiará nuestra vida